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CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CARDENAL LÁSZLÓ LÉKAI, ARZOBISPO DE ESZTERGOM
Y PRESIDENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL HÚNGARA

 

A nuestro venerable hermano,
cardenal László Lékai,
arzobispo de Esztergom,
y a los demás obispos de Hungría.

Dentro de pocos días el arzobispo, mons. Luigi Poggi, llegará nuevamente ahí como enviado de la Sede Apostólica, para entablar conversaciones con las autoridades de vuestra nación.

Hasta ahora, cada vez que había de tratar estos asuntos, os llevaba el afectuoso saludo y el testimonio espiritual de nuestro llorado Pontífice Máximo, Pablo VI.

Ahora Nos, siguiendo la misma costumbre, queremos haceros llegar también, queridos hermanos, nuestro saludo por medio de esta carta. Nos parece muy oportuno hacerlo así con motivo de haber iniciado recientemente nuestro pontificado. Así, pues, el mismo enviado de la Sede Apostólica que, en nombre del Santo Padre Pablo VI os visitó tantas veces, llega ahora en nombre de Juan Pablo II que, por voluntad de Cristo, fue elegido Sucesor de San Pedro, después de sólo treinta y tres días de pontificado de Juan Pablo I, a quien jamás podremos olvidar. Queremos, por tanto, queridos hermanos, que el arzobispo Luigi Poggi sea ahora intérprete entre vosotros de la misma solicitud pastoral que urge al Supremo Pastor sobre la Iglesia de vuestra patria, y que urgía igualmente a los anteriores Sumos Pontífices. Abundan los motivos para ello.

Sin embargo, a las razones que antes existían, se añade ahora la circunstancia de nuestro origen, tanto de nuestra ciudad natal, como de la misma sede de Cracovia, desde la que fuimos llamado a la Cátedra romana de Pedro. No podemos pasar por alto todas esas circunstancias, tanto más que ellas mismas nos impulsan, queridos hermanos, a comunicarnos con vosotros por medio de esta carta. Nuestra procedencia polaca y nuestra ascendencia de un pueblo que está vinculado al de Hungría con muchos lazos de historia común, de vecindad, así como de casas reales y destino muy semejante, hace evidente que tengamos ante los ojos todo ello en esta oportunidad. Además, en la catedral de Cracovia, que debimos dejar para aceptar la heredad romana de los Apóstoles, reciben culto los restos de la gran hija de Hungría, la Reina Eduvigis, a quien la Iglesia de Polonia venera como Santa desde hace muchos siglos; de esta Reina, decimos, de tan grandes méritos, a la que todos los polacos, especialmente los jóvenes, veneran con amor constante.

Si recordamos estas cosas, venerables y queridos hermanos, lo hacemos para añadir plena fuerza histórica a esta como primera reunión nuestra, establecida por medio de esta carta. Las épocas pretéritas asignaron a vuestro pueblo un puesto egregio en la historia de Europa, y más aún en el progreso de la Iglesia y de la religión. Como testigo y, en cierto modo, signo de esta relevancia, destaca San Esteban, Patrono de Hungría, a quien justamente consideramos como Patrono de vuestra patria y, a la vez, como apóstol de la fe y fundador de la Iglesia en Hungría.

Hace poco se celebró el milenario de estos preclaros orígenes, que señalan, al mismo tiempo, el comienzo de la historia, tanto de la Iglesia, como del pueblo, y la civilización en vuestra patria.

Recordando estos hechos y circunstancias, queremos manifestar también nuestra convicción de que la Iglesia católica, que ha desempeñado un papel tan importante en la historia de Hungría, puede continuar en adelante como conformando el rostro espiritual de vuestra patria, llevando a sus hijos e hijas la misma luz del Evangelio de Cristo que iluminó, durante tantos siglos, la conducta de vuestros ciudadanos. Deseamos, pues, que esta misma luz —por medio de vuestro ministerio episcopal, por la diligencia pastoral de vuestros sacerdotes, congregaciones religiosas y laicos católicos— pueda continuar prestando gran ayuda a las almas, a las conciencias y a los corazones de los hombres, a quienes enseñe el sentido del precepto de la caridad, el respeto a la dignidad de cada hombre, el amor a la noble libertad con el interés por el esfuerzo diligente, por el bien común y por todas las aspiraciones de cada una y de todas las familias y de la sociedad entera, que son necesarias para lograr ese fin. Esforzaos, venerables y queridos hermanos, en servir provechosa y útilmente a todos estos anhelos, para bien de vuestro mismo testimonio apostólico y de la salvación de las almas, por amor a las tradiciones de vuestra nación y comunión con el Sucesor de Pedro y con todo el Colegio Episcopal de la Iglesia de Cristo. Finalmente, con este saludo fraternal os enviamos la bendición apostólica a vosotros y a toda la comunidad eclesial, al frente de la que os puso Cristo como pastores y maestros (cf. Ef 4, 11).

Así, pues, queremos, por medio de vosotros como intérpretes de nuestra paternal benevolencia, llegue nuestro saludo a todo el pueblo de Hungría para el que Nos, recordando sus insignes proezas, pedimos a Dios abundancia de paz y mayor prosperidad cada día.

Vaticano, 2 de diciembre de 1978, año I de nuestro pontificado.

IOANNES PAULUS PP. II

 



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