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DISCURSO DEL SANTO PADRES JUAN PABLO II
A LOS DELEGADOS DE LAS COMISIONES ECUMÉNICAS NACIONALES


Viernes 23 de noviembre de 1979

 

Es para mí un especial motivo de alegría el dar la bienvenida a tantos obispos y sacerdotes que promueven directamente la gran obra de la unidad de los cristianos en las diversas partes del mundo. Habéis venido a Roma por invitación del Secretariado para la Unión de los Cristianos, y vuestra venida es una expresión viva de la estrecha colaboración que debe existir entre las Iglesias locales y la Santa Sede en este asunto, como en tantos otros.

Hace algunos años el Secretariado ponía de manifiesto en su documento para la colaboración ecuménica, por un lado, la iniciativa propia de la Iglesia local a su nivel en la obra ecuménica, y, por otro lado, la necesidad de velar para que tales iniciativas se lleven a cabo dentro de los límites de la doctrina y de la disciplina de toda la Iglesia católica. Estos principios se hallan claramente reflejados en el carácter y la composición de vuestra presente reunión.

Tanto vosotros, que habéis venido de las diferentes naciones, como los miembros del Secretariado, obtendréis, estoy seguro, un inmenso beneficio de las jornadas de diálogo y de oración. Vuestro trabajo es difícil y a veces solitario, y por eso es bueno estar entre hermanos. Me siento también muy agradecido por la presencia de los tres huéspedes de la Iglesia ortodoxa, la Comunión anglicana y la Federación mundial luterana. Con alegría les doy la bienvenida como hermanos en Cristo.

Como sabéis. dentro de pocos días efectuaré una visita a Su Santidad el Patriarca Ecuménico Dimitrios I. "Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los principales propósitos del Concilio Ecuménico Vaticano 1I (cf. Unitatis redintegratio, 1) y desde mi elección me comprometí formalmente a promover la puesta en práctica de sus normas y orientaciones, considerando que éste era para mí un deber primordial" (Alocución al Secretariado para la Unión de los Cristianos, 18 de noviembre de 7.978): Mi primer viaje ecuménico dará expresión sólida a este compromiso, e irá dirigido a la sede primera de la Iglesia ortodoxa. Espero seguir teniendo la oportunidad de reunirme con otros Pastores y líderes cristianos con vistas a la cooperación con ellos y a intensificar nuestros esfuerzos comunes en favor de la unidad.

En cada una de las palabras del tema escogido para vuestra reunión parece estar implícito el aspecto positivo y esperanzador de la actividad ecuménica: "El ecumenismo como prioridad pastoral en el trabajo de la Iglesia". Durante algunos minutos quisiera compartir con vosotros algunos de los pensamientos que me sugiere este tema en esta semana en que conmemoramos el XV aniverario de tres grandes documentos del Concilio Vaticano II: Lumen gentium, Orientalium Ecclesiarum y Unitatis redintegratio.

Estáis aquí para hablar sobre ecumenismo. Esta palabra no debe evocar aquel falso temor a los reajustes necesarios para toda genuina renovación de la Iglesia (cf. Directorio Ecuménico. I, 2). Menos aún es el ecumenismo un pasaporte para la indiferencia o la negligencia respecto a todo lo que es esencial para nuestra sagrada Tradición. Más bien es un reto, una vocación a trabajar bajo la guía del Espíritu Santo por la unión perfecta y visible en la fe y en el amor, en la vida y en el trabajo, de todos los que confiesan la fe en nuestro único Señor Jesucristo. A pesar del rápido progreso de los últimos años queda aún rucho por hacer.

Desde este punto de vista debe continuarse la tarea de un diálogo teológico más intenso y de la cooperación con otras Iglesias y comunidades. Más aún, no existe casi ningún país en que la Iglesia católica no esté cooperando con otros cristianos en la tarea de la justicia social, los derechos humanos, el desarrollo y la satisfacción de necesidades. Tal trabajo lleva ya consigo un testimonio común de Cristo, porque "la cooperación de todos los cristianos expresa con viveza la unión que ya los vincula entre sí y expone a más plena luz el rostro de Cristo siervo" (Unitatis redintegratio, 12).

Vuestro trabajo posee otro aspecto igualmente vital. "La preocupación por el restablecimiento de la unión es cosa de toda la Iglesia, tanto de los fieles como de los Pastores" (ib., 5). Sin embargo, no se puede decir todavía que todos los miembros de la Iglesia católica hayan asimilado esta enseñanza como debieran. Una de las tareas principales de las Comisiones ecuménicas a todo nivel es promover la unidad, presentando ante el pueblo católico los objetivos del ecumenismo ayudándole a responder a esta urgente vocación que deben considerar como parte integrante de su llamamiento bautismal. Esta vocación es una llamada a la renovación, a la conversión, a esa plegaria, único medio para acercarnos a Cristo y entre nosotros, que el Concilio define acertadamente "ecumenismo espiritual" y "el alma de todo el movimiento ecuménico" (ib., 8). Cada uno de los cristianos está llamado a servir a la unidad de la Iglesia. Dos tareas son hoy particularmente urgentes. Una es ayudar a los sacerdotes y a quienes se preparan al sacerdocio a apreciar esta dimensión ecuménica de su misión y a transmitirla al pueblo confiado a su cuidado. La otra, como dije el mes pasado en mi Exhortación Catechesi tradendae, se refiere a la dimensión ecuménica de la catequesis: "La catequesis tendrá una dimensión ecuménica... si además suscita y alimenta un verdadero deseo de unidad; más todavía, si inspira esfuerzos sinceros —incluido el esfuerzo por purificarse— en la humildad y el fervor del Espíritu con el fin de despejar los caminos, no con miras a un irenismo fácil..., sino con miras a la unidad perfecta, cuando el Señor quiera y por las vías que El quiera" (Catechesi tradendae, 32).

Precisamente por estas razones la tarea de promover la unidad debe ser considerada como una tarea pastoral esencialmente. Es pastoral en el sentido dé que los obispos son los principales ministros de la unidad dentro de las Iglesias locales, y por tanto "tienen una responsabilidad especial en orden a la promoción del movimiento ecuménico" (Directorio Ecuménico II, 65). Es también pastoral en cuanto que todo aquel que está dedicado a este trabajo debe considerarlo como algo ordenado principalmente al fortalecimiento del Cuerpo de Cristo y a la salvación del mundo. Mientras los cristianos estemos divididos se verá dificultada la tarea de predicar el Evangelio. Las divisiones entre los cristianos oscurecen la credibilidad del Evangelio, la credibilidad del mismo Cristo (cf. Evangelii nuntiandi, 77). Este servicio a la unidad es un servicio a Cristo, al Evangelio y a toda la humanidad. Es, por tanto, un verdadero servicio pastoral.

Esta auténtica tarea pastoral es prioritaria. El Concilio Vaticano puso claramente de relieve la urgencia de esta labor ecuménica. La desunión es un escándalo, un obstáculo para la difusión del Evangelio, y es deber nuestro, con la ayuda de la gracia de Dios, tratar de superarla tan pronto como nos sea posible. La renovación interior de la Iglesia católica es una contribución indispensable a la tarea de la unidad cristiana, por tanto debemos presentar esta llamada a la santidad y a la renovación como algo central para la vida de la Iglesia. Que nadie se engañe a sí mismo, pensando que el trabajo por la unidad plena en la fe es algo secundario, opcional, periférico, algo que puede ser postpuesto indefinidamente. Nuestra fidelidad a Jesucristo nos impulsa a hacer más, a orar más, a amar más. El camino puede ser largo y exige paciencia, y debemos orar con el fin de que esta "genuina necesidad de paciencia en la espera de la hora de Dios nunca sea ocasión de complacencia en el status quo de división en la fe" (Alocución ecuménica en los Estados Unidos, 7 de octubre de 1979). Por lo tanto, vosotros que poseéis una especial responsabilidad en la tarea ecuménica de la Iglesia católica en vuestros propios países, debéis velar siempre por esto como una de las principales prioridades de la misión de la Iglesia hoy.

Así, pues, ésta es una tarea de la Iglesia. Tanto mi predecesor Pablo VI, como yo mismo, hemos recordado frecuentemente el compromiso de la Iglesia católica de trabajar por el ecumenismo según la orientación del Concilio Vaticano. Trabajar por la unidad no es seguir la propia imaginación, o las preferencias personales, sino que significa ser fieles a la postura de la Iglesia católica y auténticos representantes de ésta. El Concilio nos recuerda que "esta acción ecuménica de los fieles, tiene que ser plena y sinceramente católica, es decir, fiel a la verdad que recibimos de los Apóstoles y de los Padres, y conforme a la fe que siempre ha profesado la Iglesia católica, y tendiendo al mismo tiempo hacia la plenitud con que el Señor desea que se perfeccione su Cuerpo en el decurso de los tiempos" (Unitatis redintegratio, 24). Esto os confiere una grave responsabilidad, pero recordad siempre que también os garantiza la gracia necesaria.

Sabéis bien que vuestra vocación requiere dedicación, y espero que durante esta semana os hayáis entregado de corazón a conocer cuánto se trabaja en numerosas partes del mundo, y cuánto se hace cada día aquí en el Secretariado de Roma. Sin embargo, este trabajo es, en última instancia, obra de Dios. El busca nuestra cooperación, y nosotros debemos poner nuestra confianza en El, porque sólo El puede conducirnos a la unidad que El quiere: una unidad que es reflejo, en el orden de lo creado, de la unidad entre las Personas Divinas. Pues, ¿no es, acaso, la Iglesia de Cristo "un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"? (cf. San Cipriano, De oratione dominica, 23: PL 4, 553 citado en Lumen gentium, 4).

A la luz de esta confianza profunda y orante en el poder de Dios, os exhorto a afrontar con decisión, fe y perseverancia las dificultades y obstáculos que son inevitables en vuestro trabajo. Ninguna dificultad debe apartaros nunca de la obra de Dios. El camino de la verdad y la fidelidad llevará siempre la impronta de la cruz; como dice el Apóstol, "por muchas tribulaciones nos es preciso entrar en el reino de Dios" (Act 14, 22). . .

Finalmente, quisiera agradeceros a todos el haber asistido a este encuentro en el Secretariado y el haber dado al mismo vuestra aportación. Ahora que regresáis a vuestros diferentes países para continuar el trabajo con una visión y un entusiasmo renovados, os encomiendo a vosotros y a vuestros colaboradores, a la intercesión de María, Madre de nuestro Señor Jesucristo y Madre de su Iglesia. Le pido que os sostenga en la gran causa de la unidad cristiana para gloria de la Santísima Trinidad: el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo.

 



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