ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL COMIENZO DE SU VIAJE
Aeropuerto de Fiumicino
Viernes 2 de mayo de 1980
En el momento en que me dispongo a comenzar mi viaje apostólico a África, deseo dar las gracias con estima profunda y cordialidad sincera a los presentes: Eminentísimos cardenales, miembros del. Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, representante del Gobierno italiano, y a todos los que me han manifestado su afecto y su aliento para este nuevo largo viaje.
El contexto histórico de esta iniciativa es el de participar en las celebraciones del centenario de la evangelización en Ghana y en Zaire: voy al corazón de un continente inmenso, África, que recibió de los misioneros la luz de la fe cristiana. Al mismo tiempo, me siento feliz al poder participar intensamente, con mi presencia personal, en la alegría de esas Iglesias jóvenes, en las que los obispos autóctonos han sucedido ya a los obispos misioneros.
He querido, además, extender esta mi primera visita a otras naciones del centro del continente africano, a saber: República Popular del Congo, Kenia, Alto Volta y Costa de Marfil.
No me ha sido posible, por desgracia, incluir también todos los países de África, de los que me han llegado insistentes y afectuosas invitaciones. Les agradezco este gesto cordial, y confío poder responder un día positivamente a su deseo.
Como mis viajes anteriores, también éste tiene una finalidad eminentemente religiosa y misionera: el Obispo de Roma, el Pastor de la Iglesia universal, va a África para confirmar (cf. Lc 22, 32) a los hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, misioneros y misioneras, a los hombres y mujeres, unidos todos por la misma fe en Cristo muerto por nuestros pecados, y resucitado por nuestra justificación (cf. Rom 4, 25); para orar con ellos y para expresar a esas Iglesias locales, llenas de vida juvenil y de dinamismo entusiástico, la admiración y la complacencia de toda la Iglesia hacia ellas; y para manifestar, además, a todos los habitantes de África sentimientos sinceros de estima y de respeto por sus tradiciones y su cultura, y para exteriorizarles un cordial deseo de prosperidad y de paz.
Voy al África de los Mártires de Uganda y, por tanto, no puedo menos de expresar, desde este momento, a las naciones que visitaré, igual que a todas las otras naciones de ese continente, el afecto y la esperanza que el Papa y la Iglesia sienten por ellas. El África contemporánea tiene una importancia indudable y un papel original en el contexto de la vida internacional de hoy, por sus problemas de carácter político, social, económico; por su dinamismo, inherente a las fuerzas llenas de vigor y vitalidad de sus habitantes. Ese gran continente está construyendo, aun en medio de muchas tensiones, la propia historia. Los católicos africanos, como también todos los creyentes en Cristo, junto con todos los que creen en Dios, podrán ofrecer ciertamente una válida y preciosa aportación de ideas y de obras para la construcción de un África que, dentro del respeto a los antiguos valores culturales, sepa vivir en la solidaridad, en el orden y en la justicia.
Quiera el Señor, en estos días, dar fuerza a mis pasos, que anuncian la paz (cf. Is 52, 7). .
La Virgen María, en cuyo corazón materno he puesto el logro de las finalidades espirituales de mi viaje, me asista a mí, a África y a toda la Iglesia.
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