DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE COSTA DE MARFIL Y A LA NACIÓN*
Sábado 10 de mayo de 1980
Señor Presidente:
1. El 2 de febrero último, al recibir a los miembros de las comunidades de diferentes naciones africanas residentes en Roma, que me habían sido presentados por el Embajador de Costa de Marfil, tuve la alegría de anunciar un próximo viaje para "honrar y alentar a toda África" (L'Osservatore Romano en Lengua Española, 17 de febrero de 1980, pág. 9). El Señor ha permitido la realización de ese deseo que llevaba en mi corazón. Y he aquí que ahora se concluye mi viaje con la etapa en Costa de Marfil, propuesta tan cortésmente por Vuestra Excelencia, a la vez que por mis hermanos los obispos. En este instante memorable, ante vuestro pueblo, presente aquí en las personas de aquellos a quienes ha confiado el encargo de guiarles, quiero expresar mi profundo reconocimiento por la acogida tan calurosa y amistosa que se me ha dispensado.
La solemnidad, la perfecta organización, no excluyen la sencillez y la espontaneidad. Dejadme, por tanto, abrir ante todo mi corazón a la población de este país que me habéis dado la feliz ocasión de visitar. La saludo con todo afecto. Que nadie se sienta lejos del Papa, aunque él no pueda desplazarse a cada sector, a cada centro habitado, a cada familia, para llevar allí su palabra de bendición. Sí, yo deseo de verdad saludar a todos los ciudadanos y ciudadanas de este país. Algunos, por ser cristianos, han estado ya en Roma para rezar ante la tumba de Pedro y de Pablo. Otros, que no comparten la misma fe, han tenido ocasión también de visitar el centro de la cristiandad. Yo he venido estos días a realizar mi propia peregrinación en tierra africana, santificada desde hace tiempo por la predicación de la Palabra de Dios.
2. Permítame Vuestra Excelencia expresarle mi admiración por este pueblo que es capaz de asumir por sí mismo su destino, en el umbral del tercer milenio, y se esfuerza por ensamblar, en una feliz síntesis adecuada a las posibilidades que le ha proporcionado la Providencia, el genio tradicional heredado de sus mayores y la preocupación del bien común. La tarea no es fácil, y a ella se dedican con tenacidad los dirigentes de la República. Se trata de crear un conjunto ordenado, donde nada se deseche de lo bueno que el pasado ha sabido producir, tomando de los tiempos modernos cuanto pueda contribuir a elevar al hombre, su dignidad, su honor. Al margen de esto, no hay verdadero desarrollo, ni verdadero progreso humano ni social. No habrá justicia. Se correrá, el peligro de construir una simple fachada, una cosa frágil, por tanto, donde se producirían muchas desigualdades, sin hablar de la misma desigualdad íntima del hombre, el cual daría más valor a la búsqueda de lo superficial que se ve, que a la de lo esencial que tiene oculta su fuerza. Existe, en efecto, el gran peligro de querer simplemente copiar o importar lo que se hace en otras partes, por la simple razón de que viene de países llamados "avanzados"; pero avanzados ¿en qué?, ¿por qué razón son avanzados? ¿Acaso no tiene también África, más que otros continentes que fueron antaño sus tutores, el sentido de las cosas interiores destinadas a determinar la vida del hombre? ¡Cómo me gustaría contribuir a defenderla de las invasiones de toda índole, de las visiones parciales o materialistas sobre el hombre y sobre la sociedad, y que amenazan el camino de África hacia un desarrollo verdaderamente humano y africano!
Tratando este tema, el Concilio Vaticano II captaba toda su complejidad. Observaba, en efecto, que "muchos de nuestros contemporáneos difícilmente llegan a conocer los valores permanentes y a compaginarlos con exactitud al mismo tiempo con los nuevos descubrimientos. La inquietud les atormenta y se preguntan, entre angustias y esperanzas sobre la actual evolución del mundo. El curso de la historia presente es un desafío al hombre que le obliga a responder" (Gaudium et spes, 4, par. 5). Este problema no es exclusivo de África, ni mucho menos. Sin embargo, no creo equivocarme mucho si supongo que sobre él se centran muchas veces las reflexiones de los hombres de Estado de este gran continente y que es quizá el problema más fundamental que tienen que afrontar los que, por decisión propia, por las orientaciones que se ven obligados a tomar para establecer sus planes de desarrollo, están echando las bases del futuro de sus pueblos respectivos. Hace falta tino, mucho tino, y también mucha lucidez para efectuar los ajustes necesarios en función de la experiencia. La reputación que Vuestra Excelencia ha adquirido en esta materia, tanto en el país como a escala internacional, ofrece motivos de confianza para el futuro del pueblo de Costa de Marfil.
3. Citando un pasaje de los textos del Concilio, yo evocaba hace un instantes los valores permanentes que constituyen la verdadera riqueza del hombre. La consideración de estos valores y, si se me permite la expresión, su puesta en práctica, me parece que puede inmunizar de todo lo que en nuestra época es ficticio o consecuencia de la facilonería. Sólo ellos conducen al hombre a edificar sobre roca (cf. Mt 7, 24-25). Se podrían multiplicar los ejemplos sacados de la misma citada Constitución conciliar, que ha querido juzgar, a la luz de los designios de Dios, la vida de nuestros contemporáneos y enlazarla con el origen divino. Es un tema que yo considero tan capital, que ya quise tratarlo ampliamente en Nueva York ante la XXXIV Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas. Se Puede resumir en una fórmula lapidaria: la primacía de los valores espirituales y morales, en relación con los valores materiales o económicos. "La primacía de los valores del espíritu —decía entonces— define el significado propio y el modo de servirse de los bienes terrenos y materiales...". Contribuye, por otra parte, a "lograr que el desarrollo material, técnico y cultural estén al servicio de lo que constituye al hombre, es decir, que le permitan el pleno acceso a la verdad, al desarrollo moral, a la total posibilidad de gozar los bienes de la cultura que hemos heredado y a multiplicar tales bienes mediante nuestra creatividad" (núm. 14; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 14 de octubre de 1980, pág. 14).
Debemos, pues, continuar reflexionando y obrando en esta línea si queremos responder a las verdaderas necesidades de la humanidad, y particularmente a las verdaderas necesidades de África, que está a punto de adquirir la dimensión que le es debida a escala mundial. Que África siga pensando un poco más en esto. Ella tiene en sus manos la llave de su futuro. Yo le deseo que profundice en este tema fundamental, porque los valores espirituales y morales le imprimen un carácter indeleble, digno sólo de ella misma.
4. La Iglesia, ciertamente, no tiene competencia directa en el campo político o económico. Trata de ser fiel a su misión espiritual y respetar plenamente las responsabilidades propias de los gobernantes. El apoyo moral que puede ofrecer a los que tienen a su cargo la ciudad terrena se explica y se justifica por la voluntad de servir al hombre, recordándole lo que constituye su grandeza o despertándole a las realidades que trascienden este mundo. Yo me felicito especialmente aquí de la contribución que ella aporta en Costa de Marfil, con su presencia en los centros escolares y en los medios intelectuales, a la gran empresa nacional de educación y de formación, que ha sabido ya asegurar a la población un nivel cultural envidiable en más de un aspecto. Pero su concurso quisiera tocar principalmente la conciencia del hombre y de la mujer de este país, para mostrarles su dignidad y ayudarles a hacer buen uso de ella. Su concurso quisiera facilitar igualmente una justicia efectiva, con una mayor preocupación por los pobres, los marginados, los pequeños, los emigrantes, en una palabra, por todos aquellos que con frecuencia son dejados a su suerte. El sentido de Dios, ¿no es también el sentido del hombre, del prójimo? ¿No implica ello honradez, integridad de los ciudadanos, voluntad de mezclarse con los menos favorecidos, mejor que correr tras el dinero o los honores? Así, preocupándose de la suerte concreta de las poblaciones, la Iglesia pretende trabajar efectivamente en la promoción de los habitantes de este país y espera aportar su piedra a la construcción cada vez más sólida de la patria de Costa de Marfil.
5. Es el éxito del esfuerzo al que están llamados todos vuestros compatriotas lo que yo deseo de todo corazón, Señor Presidente, agradeciéndole de nuevo su bondad, presentando mis saludos respetuosos a todas las altas personalidades que nos rodean, y rogando con fervor por su pueblo. Quiera Dios que esta mi visita sea fecunda y responda a las esperanzas que hemos puesto en ella.
*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española, n. 22, p. 7, 12.
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