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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DEL CÍRCULO DE ROMA


Sábado 7 de febrero de 1981

 

Queridos e ilustres señores del Círculo de Roma:

Con palabras amables vuestro presidente, el abogado Vittorino Veronese, ha querido presentarme a vosotros y vuestro Círculo con su estructura, ideas basilares y objetivos. Se lo agradezco de corazón y os agradezco a todos vuestra presencia cualificada que me brinda la ocasión de encontrarme hoy con personalidades de la cultura y la diplomacia aunadas por unos mismos ideales humanos, espirituales y religiosos que impulsan el ánimo a la búsqueda de la verdad, el bien, la belleza, la justicia, la paz y la solidaridad.

1. Ya desde el nacimiento, vuestra Asociación quiso tomar el nombre de "Roma" y ello no sólo porque tiene la sede social en la Urbe, sino porque quería recalcar que por su historia y riquezas artísticas y, sobre todo, por su herencia cristiana, Roma ha constituido durante siglos y sigue ofreciendo hoy estímulo potente y punto seguro de referencia y orientación para el hombre contemporáneo, que se siente en su casa en esta ciudad maravillosa y extraordinaria, pues nadie es extranjero en Roma; no lo era en la antigüedad clásica quien llegaba de confines lejanos y admiraba sus monumentos y su sabia legislación jurídica fundamentalmente respetuosa de las diferentes diversidades étnicas; ni lo es el turista de hoy, que respira en ella una atmósfera de apertura y universalidad que son como la característica específica de la Urbe.

El africano San Agustín, obispo de Hipona, vibraba de entusiasmo por Roma "caput gentium"; y cuando los soldados de Alarico la invadieron y saquearon en el 410, meditando él sobre el plan providencial de Dios, afirmaba que estaba a punto de desaparecer la Roma pagana para dar lugar a la Roma cristiana; y lleno de admiración por las viejas virtudes éticas de los romanos que habían conseguido crear un imperio glorioso, invitaba a los cristianos a seguir su ejemplo: "...non solum ut talis merces talibus hominibus redderetur, Romanorum imperium ad humanam gloriam dilatatum est; verum etiam ut cives aeternae iliius civitatis, quamdiu hic peregrinantur, diligenter et sobrie illa intueantur exempla, et videant quanta dilectio debeatur supernae patriae propter vitam aeternam, si tantum a suis civibus terrena dilecta est propter hominum gloriam" (De Civitate Dei. V, 16: PL 41, 160).

Este sentido de la "romanidad", vuestro Circulo quiere mantenerlo y potenciarlo por medio de iniciativas encaminadas sobre todo al acercamiento entre los cristianos con espíritu ecuménico.

Deseo deciros mi complacencia por este objetivo explícito "ecuménico" de la Asociación, que ha sentido desde los primerísimos años de su fundación la exigencia de trabajar intensamente por el restablecimiento de la unidad de los cristianos siguiendo las orientaciones del Concilio Vaticano II, el cual ha afirmado que las iniciativas ecuménicas contribuyen a promover la igualdad y la verdad, la concordia y la colaboración, la caridad fraterna y la unión; y ha augurado que todos los cristianos se vuelvan a unir en la unidad de la Iglesia una y única que Cristo donó a su Iglesia ya desde el origen (cf. Unitatis redintegratio. 4).

2. Vuestra Asociación nació también para favorecer el conocimiento mutuo y para acordar mejor los propósitos de personas que desempeñan actividades cualificadas en la vida y la cultura internacional encauzándolas al testimonio católico abierto.

Los varios encuentros, conferencias y debates que habéis organizado sobre temas y argumentos de viva actualidad, han dado al Círculo una fisonomía de gran seriedad por el intento de apertura, encuentro y acercamiento a la cultura y la realidad contemporáneas. Os deseo que vuestra Asociación ponga en acto plenamente las orientaciones dadas por el Concilio Vaticano II en este campo: "Vivan los fieles en unión muy estrecha con los demás hombres dé su tiempo y esfuércense por comprender su manera de pensar y sentir, cuya expresión es la cultura. Compaginen los conocimientos de las nuevas ciencias y doctrinas y de los descubrimientos más recientes con la moral cristiana y con la enseñanza de la doctrina cristiana, para que la cultura religiosa y la rectitud de espíritu vayan en ellos al mismo paso que el conocimiento de las ciencias y de los progresos diarios de la técnica; así se capacitarán para estudiar e interpretar todas las cosas con íntegro sentido cristiano (Gaudium et spes, 62).

Este sentido, que lleva a juzgar e interpretar toda la realidad —científica, humana, histórica, artística, social política— no debe quedarse sin embargo en el mero nivel teórico, porque en el cristiano no se puede dar separación entre teoría y práctica. El "testimonio católico abierto" que debe mover vuestro diálogo con la cultura contemporánea implica sobre todo, testimonio concreto y activo de una vida tal que impulse a los hombres a alabar al Padre celestial (cf. Mt 5, 16).

A principios del siglo II San Ignacio, obispo de Antioquía y mártir, escribía a los Efesios: "Como el árbol se conoce por sus frutos, así también quienes se profesan discípulos de Cristo se conocerán por sus obras. De modo que no es cuestión de profesar la fe con palabras, sino que se necesita la fuerza de la fe para que nos encuentren fieles hasta el fin" (Carta a los Efesios 14, 2). Estas palabras conservan una actualidad extraordinaria.

Os auguro, pues, que vuestro Círculo prosiga su camino con dinamismo siempre juvenil según el espíritu de sus altos objetivos; y a la vez pido abundancia de gracias divinas para vosotros, vuestras familias y vuestros seres queridos, y en prenda de ellas os imparto de corazón la bendición apostólica.

 



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