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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE FRANCISCANAS DE LA CARIDAD CRISTIANA
Y AL «COMITÉ DE LA HERMANA RESTITUTA»


Jueves 28 de octubre de 1999

 

Queridas religiosas;
queridos hermanos y hermanas:

1. Es para mí una gran alegría acogeros hoy en el palacio apostólico. Saludo, en particular, a las religiosas Franciscanas de la Caridad Cristiana, encabezadas por la reverenda madre general. También doy la bienvenida a los miembros del «Comité de la Hermana Restituta». De este modo, ya hemos mencionado la palabra clave que os une y que os ha impulsado a realizar juntos la peregrinación a la ciudad eterna. Habéis venido a Roma, a las tumbas de los príncipes de los Apóstoles, para agradecer a Dios, dador de todo bien, la gracia que nos ha concedido con la beatificación de la hermana Restituta Kafka.

2. Así, mi pensamiento vuelve a la plaza de los Héroes de Viena, donde el 21 de junio del año pasado, con ocasión de mi tercera visita pastoral a Austria, tuve la dicha de elevar al honor de los altares, junto con los sacerdotes Jakob Kern y Antón María Schwartz, también a la religiosa franciscana, Restituta Kafka. Comparto la alegría que os embarga a vosotros, y a numerosos fieles, al poder venerar como mártir a esta religiosa, que muchos de vosotros consideráis como una «hermana mayor». Al mismo tiempo, sigue vivo el perenne mensaje que, en un período oscuro de nuestro tiempo, esta espléndida testigo de la fe nos dirigió a los que nos encontramos en el umbral del tercer milenio. Gracias a la beata Restituta podemos conocer hasta qué cumbres de madurez interior puede ser guiado el hombre, si se pone en las manos de Dios.

El camino de su vida terrena fue una especie de subida al Calvario, a lo largo de la cual la beata tuvo una visión que le permitió contemplar de un modo diferente su ser y su obra, y fortaleció tan profundamente en ella la esperanza en la vida eterna, que le hizo decir ante la muerte: «He vivido por Cristo, y por Cristo deseo morir». Por este motivo, su confesor definió acertadamente su vía crucis como una «universidad para la conducta de las almas», que ella superó brillantemente.

3. Lo primero que aprendió la hermana Restituta fue el significado de la humildad. Entró joven en el convento «por amor a Dios y a los hombres». Durante decenios sirvió a Dios en los enfermos, a quienes dedicó incansablemente sus múltiples cualidades y su competencia. Cuando hablaba del cielo, lo hacía, en el verdadero sentido de la expresión, con los pies en la tierra. Al final de su vida terrena, con la gracia de Dios fue profundizando cada vez más en la humildad, hasta prepararse para la entrega completa. La religiosa que, como enfermera, se había inclinado sobre sus pacientes, inclinó finalmente su cabeza para profesar su fe en el Crucificado.

4. En la «universidad para la conducta de las almas», la hermana Restituta aprendió también la virtud de la docilidad. Tenía un carácter fuerte, era directa y abierta, llena de solicitud materna y dispuesta siempre a ayudar, alegre y, a veces, poco convencional. Una vez fue definida un «diamante bruto» a causa de su temperamento, pero se dejó pulir por Dios, y así llegó a ser un diamante precioso. Manifestó gran atención y sensibilidad hacia las hondas aflicciones del alma de sus hermanas y de sus pacientes. Por eso, no sorprende que considerara el tiempo pasado en la cárcel como un don para aprender mejor la docilidad y la paciencia, y «poder contribuir mucho a la cura de almas».

5. Por último, también maduró plenamente el aspecto del carácter de la hermana Restituta que más la distinguía: la valentía. Para esta religiosa, a menudo llamada sor «Resoluta» a causa de su firme manera de actuar, la cárcel se convirtió en una especie de lugar de gracia para honrar el nombre que había recibido en su consagración: Restituta, la que fue restituida por Dios. En efecto, contemplando la fuerza redentora de la cruz, creció cada vez más en su alma la certeza de que, aunque el hombre exterior debe morir, el hombre interior no muere. De este modo, su valentía se afianzó tanto, que pudo decir con san Pablo: «Como desconocidos, aunque bien conocidos; como quienes están a la muerte, pero vivos; como castigados, aunque no condenados a muerte; como tristes, pero siempre alegres» (2 Co 6, 9-10).

6. Queridos hermanos y hermanas, que la beata hermana Restituta sea para vosotros un modelo de vida. Conquistó la grandeza con la humildad, se distinguió por su docilidad, y no perdió su valor ni siquiera cuando su fidelidad a la cruz le costó la vida. En los momentos de dificultad presentaba sus preocupaciones a la Madre Dolorosa, a quien estuvo íntimamente unida durante toda su vida. Que la Madre Dolorosa sea también para vosotros fiel compañera en toda prueba y fuente de consuelo y confianza para vuestro testimonio diario de fe.

Con este deseo, os imparto de corazón la bendición apostólica.

 



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