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SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA 

PAPA LEÓN XIV

ÁNGELUS

Plaza de la Libertad (Castel Gandolfo)
Viernes, 15 de agosto de 2025

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Queridos hermanos y hermanas, feliz fiesta.

Los Padres del Concilio Vaticano II nos han dejado un texto estupendo sobre la Virgen María, que hoy me gustaría releer con ustedes, mientras celebramos la fiesta de su asunción a la gloria del cielo. Al final del documento sobre la Iglesia, el Concilio dice así: «La Madre de Jesús, de la misma manera que, glorificada ya en los cielos en cuerpo y en alma, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor (cf. 2 P 3,10)» (Lumen gentium, 68).

María, que Cristo resucitado ha llevado consigo a la gloria en cuerpo y alma, resplandece como icono de esperanza para sus hijos peregrinos en la historia.

¿Cómo no evocar los versos de Dante, en el último canto del Paraíso? En la oración que pone en boca de san Bernardo, que comienza diciendo: «Oh, Virgen Madre, hija de tu hijo» (XXXIII, 1), el poeta alaba a María porque aquí abajo, entre los mortales, es «de esperanza vivo manantial» (ibíd., 12), es decir, fuente de la que brota la esperanza.

Hermanas y hermanos, esta verdad de nuestra fe es perfectamente coherente con el tema del Jubileo que estamos viviendo: “Peregrinos de esperanza”. El peregrino necesita una meta que oriente su viaje. Una meta hermosa, atrayente, que guíe sus pasos y lo anime cuando esté cansado, que reavive siempre en su corazón el deseo y la esperanza. En el camino de la existencia esta meta es Dios, Amor infinito y eterno, plenitud de vida, de paz, de alegría, de todo bien. El corazón humano es atraído por esa belleza y no es feliz hasta que no la encuentra; y, en efecto, si se pierde en medio de la “selva oscura” del mal y del pecado corre el riesgo de no encontrarla.

Pero ahí está la gracia. Dios ha salido a nuestro encuentro, ha asumido nuestra carne, hecha de tierra, y la ha llevado consigo, simbólicamente decimos “al cielo”, es decir, con Dios. Es el misterio de Jesucristo, encarnado, muerto y resucitado para nuestra salvación; e inseparable de Él está también el misterio de María, la mujer de la cual el Hijo de Dios ha tomado la carne, y de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo. Se trata de un único misterio de amor y, por tanto, de libertad. Como Jesús ha dicho “sí”, también María ha dicho “sí”, ha creído en la palabra del Señor. Y toda su vida ha sido un peregrinaje de esperanza junto al Hijo de Dios y suyo, una peregrinación que, a través de la cruz y la resurrección, la hizo alcanzar la patria, el abrazo de Dios.

Por eso, mientras estamos en camino, como individuos, como familia, en comunidad, especialmente cuando aparecen las nubes oscuras y el camino se percibe incierto y difícil, levantemos la mirada, contemplémosla a ella, nuestra Madre, y volveremos a encontrar la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5).

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy queremos encomendar a la intercesión de la Virgen María, asunta a los cielos, nuestra oración por la paz. Ella, como Madre, sufre por los males que afligen a sus hijos, especialmente a los pequeños y a los débiles. Muchas veces, a través de los siglos, lo ha confirmado con de mensajes y apariciones.

Al proclamar el dogma de la Asunción, cuando todavía estaba candente la trágica experiencia de la segunda guerra mundial, Pío XII escribía: «Es de esperar, además, que todos aquellos que mediten los gloriosos ejemplos de María se persuadan cada vez más del valor de la vida humana», y expresaba su deseo de que nunca se hiciesen «estragos de vidas humanas, suscitando guerras» (Const. ap. Munificentissimus Deus).

Estas palabras son más actuales que nunca. Todavía hoy desgraciadamente nos sentimos impotentes ante el propagarse en el mundo una violencia cada vez más sorda e insensible a cualquier gesto de humanidad. Y, sin embargo, no debemos dejar de esperar, pues Dios es más grande del pecado de los hombres. No debemos resignarnos a que prevalezca la lógica del conflicto y de las armas. Con María creemos que el Señor continúa a socorrer a sus hijos, recordándose de su misericordia. Sólo en esta misericordia es posible encontrar de nuevo el camino de la paz.

Y ahora quiero saludarles a ustedes, peregrinos de Italia y de distintos países.

Saludo a la comunidad de evangelización universitaria que ha llegado desde Honduras, a las familias del Movimiento del Amor Familiar, que ha concluido sus ejercicios espirituales; y a los grupos de matrimonios y novios “Santa Rita”.

¡Saludos y feliz fiesta a todos!