zoomText
  • A
  • A
  • A

DISCURSO DEL SANTO PADRE LEÓN XIV
A LOS PARTICIPANTES EN EL DÍA INTERNACIONAL
DE LUCHA CONTRA LAS DROGAS

Patio de San Dámaso
Jueves, 26 de junio de 2025

[Multimedia]

_____________

EN  - ES  - IT  - PT

Comencemos con la señal de la cruz: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. ¡La paz esté con ustedes!

Bienvenidos todos y espero que el sol no sea demasiado fuerte... Pero Dios es grande y nos acompañará. ¡Gracias por su presencia!

[Saludo del subsecretario de Estado de la Presidencia del Consejo de Ministros, Alfredo Mantovano, y testimonio de Paola Clericuzio, de la Comunidad de San Patrignano]

Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos.

Agradezco a quienes han hecho posible este encuentro, que de muchos modos nos lleva al corazón del Jubileo, un año de gracia en el que a todos se reconoce la dignidad tantas veces disminuida o negada. Esperanza es una palabra rica de historia para ustedes: no es un eslogan, sino la luz reencontrada a través de un gran trabajo. Deseo repetirles, pues, ese saludo que cambia el corazón: ¡la paz esté con ustedes! La noche de Pascua, Jesús saludó así a los discípulos encerrados en el cenáculo. Lo habían abandonado, creían haberlo perdido para siempre, estaban asustados y decepcionados, algunos ya se habían marchado. Pero es Jesús quien los encuentra, quien vuelve a buscarlos. Entra con las puertas cerradas en el lugar donde están como enterrados vivos. Trae la paz, los recrea con el perdón, sopla sobre ellos: es decir, infunde el Espíritu Santo, que es el aliento de Dios en nosotros. Cuando falta el aire, cuando falta el horizonte, nuestra dignidad se marchita. No olvidemos que Jesús resucitado sigue viniendo y trayendo su aliento. Lo hace a menudo a través de personas que traspasan nuestras puertas cerradas y que, a pesar de todo lo que pueda haber sucedido, ven la dignidad que hemos olvidado o que nos ha sido negada.

Queridísimos, vuestra presencia aquí es un testimonio de libertad. Recuerdo que cuando el papa Francisco entraba en una cárcel, incluso en su último Jueves Santo, siempre se hacía esta pregunta: «¿Por qué ellos y no yo?». La droga y las adicciones son una prisión invisible que ustedes, de diferentes maneras, han conocido y combatido, pero todos estamos llamados a la libertad. Al encontrarme con ustedes, pienso en el abismo de mi corazón y de todo corazón humano. Es un salmo, es decir, la Biblia, el que llama «abismo» al misterio que nos habita (cf. Sal 63,7). San Agustín confesó que solo en Cristo encontró paz la inquietud de su corazón. Buscamos la paz y la alegría, estamos sedientos de ellas. Y muchos engaños pueden decepcionarnos e incluso aprisionarnos en esta búsqueda.

Pero miremos a nuestro alrededor. Y leamos en los rostros de los demás una palabra que nunca traiciona: juntos. El mal se vence juntos. La alegría se encuentra juntos. La injusticia se combate juntos. El Dios que ha creado y conoce a cada uno –y es en mi ser más íntimo que yo mismo– nos ha hecho para estar juntos. Ciertamente, también existen vínculos que hacen daño y grupos humanos en los que falta la libertad. Pero también estos se vencen solo juntos, confiando en quienes no ganan a costa nuestra, en quienes podemos encontrar y nos encuentran con atención desinteresada.

El día de hoy, hermanos y hermanas, nos compromete en una lucha que no puede abandonarse mientras, a nuestro alrededor, alguien siga preso en las diversas formas de la dependencia. Nuestra lucha es contra quienes hacen de las drogas y de cualquier otra adicción —pensemos en el alcohol o el juego— su inmenso negocio. Existen enormes concentraciones de intereses y ramificadas organizaciones criminales que los estados tienen el deber de desmantelar. Es más fácil combatir a sus víctimas. Con demasiada frecuencia, en nombre de la seguridad, se ha hecho y se hace la guerra a los pobres, llenando las cárceles de quienes no son más que el último eslabón de una cadena de muerte. Quienes sostienen la cadena en sus manos, en cambio, consiguen influencia e impunidad. Nuestras ciudades no deben ser liberadas de los marginados, sino de la marginación; no deben ser limpiadas de los desesperados, sino de la desesperación. «¡Qué hermosas son las ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué lindas son las ciudades que, aun en su diseño arquitectónico, están llenas de espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro!»(Francisco, Exhort., ap. Evangelii gaudium, 210).

El Jubileo nos indica la cultura del encuentro como camino hacia la seguridad, nos pide la restitución y la redistribución de las riquezas injustamente acumuladas, como camino hacia la reconciliación personal y civil. «Como en el cielo, así en la tierra»: la ciudad de Dios compromete a la profecía en la ciudad de los hombres. Y esto —lo sabemos— puede llevar también hoy al martirio. La lucha contra el narcotráfico, el compromiso educativo entre los pobres, la defensa de las comunidades indígenas y de los migrantes, la fidelidad a la doctrina social de la Iglesia, son considerados en muchos lugares como subversivos.

Queridos jóvenes, ustedes no son espectadores de la renovación que tanto necesita nuestra tierra: son protagonistas. Dios hace grandes cosas con aquellos a quienes libera del mal. Otro salmo, muy querido por los primeros cristianos, dice: «La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular» (Sal 118,22). Jesús fue rechazado y crucificado fuera de las puertas de su ciudad. Sobre él, piedra angular sobre la que Dios reconstruye el mundo, también ustedes son piedras de gran valor en la edificación de una nueva humanidad. Jesús, que fue rechazado, los invita a todos ustedes, y si se han sentido descartados y acabados, ahora ya no lo son. Los errores, los sufrimientos, pero sobre todo el deseo de vida que llevan en ustedes mismos, los hacen testigos de que cambiar es posible.

La Iglesia los necesita. La humanidad los necesita. La educación y la política los necesitan. Juntos, sobre cada dependencia que degrada, haremos prevalecer la dignidad infinita impresa en cada uno. Esa dignidad, por desgracia, a veces solo brilla cuando está casi totalmente perdida. Entonces se produce una sacudida y queda claro que levantarse es una cuestión de vida o de muerte. Hoy, toda la sociedad necesita esa sacudida, necesita vuestro testimonio y el gran trabajo que realizan. Todos tenemos, de hecho, la vocación de ser más libres y más humanos, la vocación a la paz. Esta es la vocación más divina. Sigamos adelante juntos, pues, multiplicando los lugares de curación, de encuentro y de educación: itinerarios pastorales y políticas sociales que partan de las calles y que nunca consideren a nadie perdido. Y recen también ustedes, para que mi ministerio esté al servicio de la esperanza de las personas y de los pueblos, al servicio de todos.

Les encomiendo a la guía maternal de María Santísima. Y de corazón, los bendigo.

¡Gracias!

(Bendición)

¡Muchas gracias a todos ustedes! ¡Ánimo siempre y adelante!

_________________________
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 26 de junio de 2025