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DISCURSO DEL SANTO PADRE LEÓN XIV 
A LOS OBISPOS REDENTORISTAS SCALABRINIANOS

Sala del Consistorio
Jueves, 26 de junio de 2025

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En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
¡La paz sea con ustedes!

Eminencias, Excelencias,
Reverendos Superiores,
queridos hermanos, ¡bienvenidos!

Me alegra este encuentro y me parece hermosa la ocasión que lo motiva: la decisión de dos congregaciones religiosas de encontrarse y confrontarse con aquellos hermanos que han donado a la Iglesia en el ministerio episcopal. Se trata de un intercambio que sin duda enriquece a los obispos aquí presentes, a sus comunidades y a todo el pueblo de Dios, como enseña el Concilio Vaticano II (cf. Const. dogm. Lumen gentium, 7; Congr. para las Rel. y las Inst. Sec. – Congr. para los Obispos, Criterios rectores sobre las relaciones entre los obispos y los religiosos en la Iglesia, 2).

La Iglesia está agradecida a sus Instituciones, a las que ha pedido, con el nombramiento de obispos entre sus miembros, un sacrificio nada indiferente en tiempos de escasez de religiosos, por lo que privarse de hermanos comprometidos en el servicio de las diversas obras conlleva no pocos problemas. ¡Quizás el general me diga algo!... Al mismo tiempo, sin embargo, ha hecho a sus congregaciones un don muy grande, porque el servicio a la Iglesia universal es para cualquier familia religiosa la gracia y la alegría más bella, como sin duda confirmarían sus fundadores.

En particular, ustedes, religiosos scalabrinianos y redentoristas, elegidos y consagrados para el servicio del Episcopado y también del Cardenalato, llevan en su ministerio la herencia de dos carismas importantes, especialmente en nuestros días: el servicio a los migrantes y la evangelización de los pobres y de los lejanos.

San Alfonso María de Ligorio, al entrar en contacto con la miseria de los barrios más abandonados de la Nápoles del siglo XVIII, renunció a una vida acomodada y a una carrera lucrativa, abrazando la misión de llevar el Evangelio a los últimos.

San Juan Bautista Scalabrini, más tarde, supo sentir y hacer suyas las esperanzas y los sufrimientos de tantas personas que partían, dejando todo atrás, para buscar en países lejanos un futuro mejor para ellos mismos y sus familias.

Ambos fueron fundadores, se convirtieron en obispos y supieron responder a los retos de unos sistemas sociales y económicos que, si bien por un lado abrían nuevas fronteras a varios niveles, por otro dejaban tras de sí tanta miseria ignorada y tantos problemas, creando focos de degradación de los que nadie parecía querer ocuparse.

Nosotros, en un momento histórico que, aunque presenta grandes oportunidades, no carece de dificultades y contradicciones, celebrando el Jubileo de la Esperanza, queremos recordar que, hoy como ayer, la voz que hay que escuchar para comprender qué hacer es la del «amor de Dios […] derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5,5).

También en nuestro mundo, la obra del Señor siempre nos precede: estamos llamados a conformar nuestras mentes y nuestros corazones a ella mediante un sabio discernimiento; y estoy convencido de que el debate que han promovido será muy útil para este fin. Los animo, por tanto, a mantener y cultivar también en el futuro estas relaciones de ayuda fraterna, con generosidad y desinterés, por el bien de todo el rebaño de Cristo. Les doy las gracias por el gran trabajo que realizan y los bendigo de corazón, junto con todas sus comunidades. ¡Gracias!

[Oración: Pater Noster]

[Bendición]
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Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 26 de junio de 2025



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