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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE HONG KONG Y MACAO
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


Viernes 27 de junio de 2008

 

Queridos hermanos en el episcopado:

"Envía tu espíritu y renueva la faz de la tierra" (cf. Sal 104, 30). Con estas palabras, os doy una cordial bienvenida. Agradezco al cardenal Zen los sentimientos de devoción filial que ha manifestado en nombre de todos. Acoged la expresión de mi afecto y la seguridad de mis oraciones por vosotros y por cuantos están encomendados a vuestra solicitud pastoral. En este momento tengo presentes a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles laicos de vuestras dos comunidades diocesanas. Para vosotros, la visita ad limina Apostolorum es una ocasión para reforzar el compromiso de hacer que Jesús sea cada vez más visible en la Iglesia y más conocido en la sociedad mediante el testimonio del amor y de la verdad de su Evangelio.

Como escribí en mi carta del 27 de mayo de 2007 a la Iglesia católica in China, la invitación que Jesús dirigió a Pedro, a su hermano Andrés y a los primeros discípulos: "Rema mar adentro, y echad las redes para pescar" (Lc 5, 4), resuena hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro: "Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13, 8). También vuestras dos Iglesias particulares están llamadas a ser testigos de Cristo, a mirar adelante con esperanza y a tomar conciencia —en el anuncio del Evangelio— de los nuevos desafíos que las poblaciones de Hong Kong y Macao deben afrontar (cf. n. 3).

El Señor ha conferido a todo hombre y a toda mujer el derecho de escuchar el anuncio de que Jesucristo "me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20). A este derecho corresponde el deber de evangelizar: "Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1 Co 9, 16; cf. Rm 10, 14). En la Iglesia, todas las actividades tienen una dimensión evangelizadora esencial y nunca deben separarse del compromiso de ayudar a todos a encontrar a Cristo en la fe, que es el objetivo primario de la evangelización: "La cuestión social y el Evangelio son realmente inseparables. Si damos a los hombres sólo conocimientos, habilidades, capacidades técnicas e instrumentos, les damos demasiado poco" (Homilía durante la misa en la explanada de la Nueva Feria de Munich, 10 de septiembre de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de septiembre de 2006, p. 12).

Hoy, la misión de la Iglesia se realiza en el marco de la globalización. Observé recientemente que las fuerzas de la globalización hacen que la humanidad esté suspendida entre dos polos. Por una parte, está la creciente multitud de vínculos sociales y culturales que en general promueven un sentido de solidaridad global y de responsabilidad compartida por el bien de la humanidad. Por otra, aparecen signos inquietantes de una fragmentación y de un cierto individualismo en el que domina el laicismo, que margina lo trascendente y el sentido de lo sagrado y eclipsa la fuente misma de armonía y unidad del universo. De hecho, los aspectos negativos de este fenómeno cultural muestran la importancia de una sólida formación y exhortan a un esfuerzo concertado para sostener el alma espiritual y moral de vuestras poblaciones.

Asimismo, soy consciente de que también en vuestras dos diócesis, como en el resto de la Iglesia, existe la necesidad de una adecuada formación permanente del clero. De ahí nace la invitación, dirigida a vosotros, los obispos, como responsables de las comunidades eclesiales, a pensar especialmente en el clero joven, que cada vez más afronta nuevos desafíos pastorales relacionados con las exigencias de la tarea de evangelizar a una sociedad tan compleja como la actual. La formación permanente de los sacerdotes "es una exigencia intrínseca del don y del ministerio sacramental recibido, que es necesaria en todo tiempo, pero hoy es particularmente urgente, no sólo por los rápidos cambios de las condiciones sociales y culturales de los hombres y los pueblos, en los que se desarrolla el ministerio presbiteral, sino también por la "nueva evangelización", que es la tarea esencial e improrrogable de la Iglesia en este final del segundo milenio" (Pastores dabo vobis, 70). También debéis tener especial solicitud pastoral por todas las personas consagradas, hombres y mujeres, que están llamadas a hacer visibles en la Iglesia y en el mundo los rasgos característicos de Jesús, virgen, pobre y obediente.

Queridos hermanos, sabéis bien que las escuelas católicas dan una notable contribución a la formación intelectual, espiritual y moral de las nuevas generaciones: por estos aspectos cruciales del crecimiento de la persona, los padres, tanto católicos como de otras tradiciones religiosas, recurren a las escuelas católicas. A este propósito, deseo dirigirme a todos aquellos —hombres y mujeres— que prestan un generoso servicio en las escuelas católicas de vuestras dos diócesis: están llamados a ser "testigos de Cristo, epifanía del amor de Dios en el mundo" y a tener "la valentía del testimonio y la paciencia del diálogo", sirviendo a "la dignidad humana, a la armonía de la creación, a la vida de los pueblos y a la paz" (Las personas consagradas y su misión en la escuela, nn. 1-2).

Por consiguiente, es de la máxima importancia ser cercanos a los estudiantes y a sus familias, cuidar la formación de los jóvenes a la luz de las enseñanzas del Evangelio y seguir con solicitud las necesidades espirituales de todos en la comunidad escolar. Las escuelas católicas de vuestras dos diócesis han contribuido de manera notable al desarrollo social y al crecimiento cultural de vuestras poblaciones; hoy estos centros educativos encuentran nuevas dificultades: estoy cerca de vosotros y os animo a trabajar para garantizar este valioso servicio.

En vuestra misión de pastores buscad el consuelo del Paráclito, que defiende, aconseja y protege (cf. Jn 14, 16). Animad a los fieles a acoger todo lo que engendra el Espíritu. En varias ocasiones he recordado que los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades son el "signo luminoso de la belleza de Cristo y de la Iglesia, su Esposa" (Mensaje a los participantes en el II Congreso mundial de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades, 22 de mayo de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de junio de 2006, p. 3). Dirigiéndome "a los queridos amigos de los Movimientos", los exhorté a procurar que sean siempre "escuelas de comunión, compañías en camino, en las que se aprenda a vivir en la verdad y en el amor que Cristo nos reveló y comunicó por medio del testimonio de los Apóstoles, dentro de la gran familia de sus discípulos" (ib.). Os invito a salir al encuentro de los movimientos con mucho amor, puesto que son una de las novedades más importantes suscitadas por el Espíritu Santo en la Iglesia para la puesta en práctica del concilio Vaticano II (cf. Discurso a los obispos participantes en un seminario de estudio organizado por el Consejo pontificio para los laicos, 17 de mayo de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de junio de 2008, p. 5). Al mismo tiempo, ruego al Señor que también los movimientos pongan gran empeño en armonizar sus actividades con los programas pastorales y espirituales de las diócesis.

Os agradezco personalmente el afecto y la devoción que habéis manifestado a la Santa Sede de diversas maneras. Os felicito por las múltiples realizaciones de vuestras comunidades diocesanas tan eficientes, y os exhorto a un compromiso cada vez mayor en la búsqueda de los medios más adecuados para lograr que el mensaje cristiano de amor sea más comprensible en el mundo en el que vivís: de este modo contribuiréis efectivamente a mostrar a todos vuestros hermanos y hermanas la perenne juventud y la inagotable capacidad renovadora del Evangelio de Cristo, testimoniando que se puede ser a la vez auténticos chinos y auténticos cristianos.

Animo también a vuestras diócesis a seguir dando su contribución a la Iglesia que está en China continental, poniendo a disposición el personal para la formación y sosteniendo iniciativas benéficas de promoción humana y de asistencia. A este respecto, ¿cómo no recordar el valioso servicio prestado con generosidad y competencia por la Cáritas de vuestras dos diócesis? Pero no olvidéis que Cristo es, también para China, un Maestro, un Pastor y un Redentor amoroso: la Iglesia no puede menos de proclamar esta buena nueva.

Deseo y ruego al Señor que llegue pronto el día en el que también vuestros hermanos en el episcopado de China continental puedan venir a Roma en peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, como signo de comunión con el Sucesor de Pedro y con la Iglesia universal. Aprovecho de buen grado esta ocasión para enviar a la comunidad católica que está en China y a todo el pueblo de ese vasto país la seguridad de mis oraciones y de mi afecto.



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