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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA FEDERACIÓN DE ORGANISMOS CRISTIANOS
DE SERVICIO INTERNACIONAL DE VOLUNTARIADO (FOCSIV)

Aula Pablo VI
Jueves 4 de diciembre de 2014

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Os recibo de buen grado con ocasión de la Jornada internacional del voluntariado. Os dirijo mi cordial saludo y doy las gracias al presidente, que presentó vuestra misión en el contexto actual. Vuestra Federación, que reúne a los Organismos de voluntariado de inspiración cristiana, realiza un precioso trabajo en el mundo. Es imagen de una Iglesia que se pone el delantal y se inclina para servir a los hermanos en dificultad. En efecto, las diversas realidades que componen la FOCSIV buscan conjugar el bagaje de experiencias de los propios miembros con la dimensión del servicio voluntario a los pobres según el estilo del buen Samaritano y en coherencia con los valores evangélicos. A partir de vuestra identidad cristiana, os presentáis como «voluntarios en el mundo» con numerosos proyectos de desarrollo, para dar respuestas concretas a los escándalos del hambre y de las guerras.

Os doy las gracias por lo que hacéis y por cómo lo hacéis. Vuestras intervenciones junto a los hombres y a las mujeres en dificultad son un anuncio vivo de la ternura de Cristo, que camina con la humanidad de cada época. Continuad por este camino del compromiso voluntario y desinteresado. Hay mucha necesidad de testimoniar el valor de la gratuidad: lo pobres no pueden convertirse en una ocasión de ganancia. Las pobrezas hoy cambian de rostro —¡están las nuevas pobrezas!— e incluso algunos entre los pobres maduran expectativas diversas: aspiran a ser protagonistas, se organizan, y sobre todo practican esa solidaridad que existe entre los que sufren, entre los últimos. Vosotros estáis llamados a percibir estos signos de los tiempos y a convertiros en un instrumento al servicio del protagonismo de los pobres. Solidaridad con los pobres es pensar y obrar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. Es también luchar contra las causas estructurales de la pobreza: la desigualdad, la falta de un trabajo y de una casa, la negación de los derechos sociales y laborales. La solidaridad es un modo de hacer la historia con los pobres, huyendo de presuntas obras altruistas que reducen al otro a la pasividad.

Entre las principales causas de la pobreza existe un sistema económico que saquea la naturaleza —pienso en especial en la deforestación, pero también en las catástrofes ambientales y en la pérdida de la biodiversidad. Es necesario afirmar que la creación no es una propiedad de la que podemos disponer a nuestro gusto, y menos aún es una propiedad sólo de pocos. La creación es un don maravilloso que Dios nos ha dado para que lo cuidemos y lo utilicemos en beneficio de todos, con respeto. Os aliento, por lo tanto, a continuar en vuestro compromiso para que la creación siga siendo un patrimonio de todos, que se ha de entregar en toda su belleza a las generaciones futuras.

Muchos de los países en los que trabajáis conocen el escándalo de la guerra. Trabajando por el desarrollo de los pueblos, cooperáis también en construir la paz, buscando con perseverante tenacidad apaciguar los ánimos, acercar a las personas, construir puentes entre las culturas y las religiones. La fe os ayudará a hacerlo también en los países más difíciles, donde la espiral de la violencia parece no dejar espacio a la razón. Un signo de paz y de esperanza es vuestra actividad en los campos de refugiados, donde encontráis gente desesperada, rostros marcados por el abuso, niños que tienen hambre de alimento, de libertad y de futuro. ¡Cuánta gente en el mundo escapa de los horrores de la guerra! ¡Cuántas personas son perseguidas por motivo de su fe, obligadas a abandonar sus casas, sus lugares de culto, sus tierras, sus afectos! ¡Cuántas vidas rotas! ¡Cuánto sufrimiento y cuánta destrucción! Ante todo esto, el discípulo de Cristo no da un paso atrás, no gira la cara hacia otro lado, sino que busca hacerse cargo de esta humanidad que sufre, con projimidad y acogida evangélica.

Pienso en los inmigrantes y en los refugiados, quienes buscan dejar a sus espaldas duras condiciones de vida y peligros de todo tipo. Es necesaria la colaboración de todos, instituciones, ONG y comunidades eclesiales, para promover itinerarios de convivencia armónica entre personas y culturas diversas. Los movimientos migratorios piden adecuadas modalidades de acogida que no dejen a los inmigrantes en poder del mar y de bandas de traficantes sin escrúpulos. Al mismo tiempo, es necesaria una colaboración activa entre los Estados, para regular y gestionar eficazmente tales fenómenos.

Queridos hermanos y hermanas, en más de cuarenta años de vida, en vuestra Federación han trabajado voluntarios que han sido auténticos testigos de caridad, agentes de paz, artífices de justicia y de solidaridad. Os aliento a continuar con alegría por esta senda de fidelidad al hombre y a Dios, poniendo cada vez más en el centro la persona de Jesús. Os ayudará mucho encontrar cada día el tiempo para el encuentro personal con Dios en la oración: esta será vuestra fuerza en los momentos más difíciles de decepción, soledad e incomprensión. Encomiendo cada uno de vosotros y los organismos de vuestra Federación a la protección de María santísima. Que os acompañe también mi bendición. Y vosotros acordaos de rezar por mí. Gracias.

 



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