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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA COMUNIDAD DEL PONTIFICIO SEMINARIO REGIONAL PULLÉS “PÍO XI”

Sala Clementina
Sábado 10 de diciembre de 2016

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Muchas gracias, por las palabras y también por los sentimientos, ¡gracias! No han sido palabras frías y esto agrada, cuando está el calor del hermano que habla, y no tiene miedo de parecer quizás un poco ridículo, pero dice lo que siente. Y esto hace bien. Y así no puedo responder fríamente. El discurso «frío» preparado os será entregado. Y os diré lo que me saldrá espontáneamente.

Para mí Molfetta es una palabra que tiene mucho eco, mucho. Y me traslada a una mujer, una monja, una gran mujer, que ha trabajado mucho en los seminarios, también en Argentina, cerca de nuestra casa de formación: sor Bernadetta, era de vuestra zona. Cuando yo, como maestro de novicios y también como superior provincial, tenía algún problema con alguien, le mandaba a hablar con ella. Y ella, dos «bofetones espirituales», y la cosa se arreglaba. Esa sabiduría de las mujeres de Dios, de las mamás. Es una gracia crecer en la vocación sacerdotal teniendo cerca estas mujeres, estas mamás, que saben decir las cosas que el Señor quiere que sean dichas. Ella después fue trasladada a Roma, y yo siempre cuando venía iba a verla. Recuerdo que la última vez que la vi la llamé y ella: «Antes de irse, venga otra vez» — «pero ¿por qué?» — «Quiero que me dé la santa Unción [de los enfermos], porque no nos veremos más». Ese sentido de la mujer, con 85 años ya... Y un día de Todos los Santos le di la Unción de los enfermos y ella se fue a mediados de diciembre.

Esto lo quiero decir para rendir homenaje a esta mujer y a muchas otras como ella, que consagran la vida al Señor y son cercanas al apostolado de los sacerdotes, son cercanas a la formación de los sacerdotes en los seminarios; tienen esa sabiduría, esa sabiduría de las mamás; saben decir lo que el Señor quiere que sea dicho. Y para mí es un deber pronunciar el nombre de sor Bernadetta hoy. Y agradezco a vuestra tierra por habernos dado una mujer así.

Además el vuestro es un seminario, y un seminario forma sacerdotes. Los sacerdotes que, a veces, tienen problemas, se equivocan... Cuando ocurren los escándalos de los sacerdotes ¡estamos acostumbrados a oírlos! La prensa compra bien esas noticias, paga bien esas noticias. Porque es así, ¡la regla del escándalo tiene una cuota alta en el saco de los medios de comunicación! ¿Cómo formar a un sacerdote para que en su vida no haya un fracaso, no se derrumbe? ¿Pero sólo esto? No, ¡más! Para que su vida sea fecunda. Sí, ¡fecunda! No sólo que sea un buen sacerdote que sigue todas las reglas. No, no. ¡Que dé vida a los demás! Que sea padre de una comunidad. Un sacerdote que no es padre no sirve. «Ve, hazte monje, ahí»; pero también un monje que no es padre no sirve. La paternidad de la vocación pastoral: dar vida, hacer crecer la vida; no descuidar la vida de una comunidad. Y hacerlo con valor, con fuerza, con ternura.

Y vosotros —¿180 ha dicho?— habéis entrado en este camino para convertiros en padres de las comunidades. Aquí, en Italia, tenéis la ventaja de tener una historia de párrocos buenos, buenos, buenos, que nos dan ejemplo de cómo seguir adelante. Mirad a vuestros padres en la fe, mirad a vuestros padres, y pedid al Señor la gracia de la memoria, la memoria eclesial. «La historia de la salvación no ha comenzado conmigo» —cada uno debe decirse. «Mi Iglesia tiene toda una tradición, una larga tradición de sacerdotes buenos»: tomar esta tradición y llevarla adelante. Y no terminará contigo. Intenta dejar la herencia a quien ocupará tu sitio. Padres que reciben la paternidad de los demás y la dan a los demás. Es bonito ser sacerdote así. Una vez encontré un párroco de un pueblo pequeño, un buen párroco: «¿tú qué haces?» — «Yo conozco el nombre de cada uno de mis parroquianos, de la gente» — «Dime, ¿de cada persona?» — «¡Todos! ¡también el nombre de los perros!». Era cercano a la gente.

Y aquí llegamos a otra palabra que querría decir a vosotros seminaristas: «cercanía». No se puede ser sacerdote con el distanciamiento del pueblo. Cercanía al pueblo. Y el que nos ha dado el ejemplo más grande de cercanía ha sido el Señor, ¿No es verdad? Con su synkatabasis se hizo cercano, cercano, cercano hasta tomar nuestra carne. ¡Cercanía! Un sacerdote que se distancia del pueblo no es capaz de dar el mensaje de Jesús. No es capaz de dar las caricias de Jesús a la gente; no es capaz —y tomo tu imagen [se dirige al Rector que había hablado antes]— de poner el pie para que no se cierre la puerta [se refiere a una imagen citada por el Rector, en la cual el pie de Jesús impide que se cierre la Puerta de la Misericordia]. Cercanía a la gente. Y cercanía quiere decir paciencia; quiere decir quemar [consumir] la vida, porque —digamos la verdad— el santo Pueblo de Dios ¡cansa, cansa! Pero ¡qué bonito es encontrar a un sacerdote que termina el día cansado y que no necesita pastillas para dormir bien! Ese cansancio sano del trabajo, del dar la vida a los demás, continuamente al servicio de los demás. Cuando comenzaréis: «yo ahora querría otra cosa... Tengo la parroquia pero querría estar en el colegio ese...». Pero ¿por qué quieres el colegio? ¿Por el dinero? ¿tienes miedo de la pobreza? Escucha, si tienes miedo de la pobreza, ¡tu vocación está en peligro! Porque la pobreza será lo que hará crecer tu donación al Señor y será esa —la pobreza— que hará de muro para custodiarte, porque la pobreza en la vida consagrada, en la vida de los sacerdotes, es madre y muro. Es madre y muro: da vida y custodia. Un sacerdote cercano a la gente, cercano a los problemas de la gente. Esa palabra, «cercanía».

Cuando tú encuentras un sacerdote que se aleja de la gente, que busca otras cosas —sí va, dice Misa y luego se va, porque tiene otros intereses respecto al pueblo fiel a él encomendado— esto hace daño a la Iglesia. ¡Cercanía! Como Jesús fue cercano a nosotros. No hay otro camino: es el camino de la Encarnación. Las propuestas gnósticas hoy son muchas, y uno puede ser un buen sacerdote, pero no católico, gnóstico, pero no católico. ¡No, no! Católico, encarnado, cercano, que sabe acariciar y sufrir con la carne de Jesús en los enfermos, en los niños, en la gente, en los problemas, en los muchos problemas que tiene nuestra gente. ¡Esta cercanía os ayudará, mucho, mucho mucho!

Para ser cercanos como Jesús, para saber «meter el pie» como Jesús que evita que se cierre la puerta [de la Misericordia. Se refiere a la misma imagen de antes], es necesario conocer a Jesús. Pero yo preguntaría: ¿cuánto tiempo estáis sentados delante del sagrario, cada día? Una de las preguntas que yo hacía siempre a los sacerdotes, también buenos, a todos, era: tú, por la noche, ¿cómo vas a la cama? Y ellos no entendían: «¿Pero qué me pregunta?». —¡Sí, sí! ¿Cómo vas a descansar? ¿Qué haces? —«Oh sí, vuelvo cansado. Como algo y después voy a la cama... Veo la televisión... Descanso un poco...». —«Ah. Muy bonito. Pero ¿tú no saludas a “Aquel” que te ha enviado a la gente? Al menos pasar un momentito por el tabernáculo». —«¡Ah sí, es verdad! Pero me quedo dormido...». ¡Bendito el Señor! ¿Qué hay más bonito que dormirse delante del Señor? A mí me pasa... Esto no es pecado, no es pecado. También Santa Teresa del Niño Jesús nos enseña a hacer esto. Por favor, ¡no dejéis al Señor! ¡No dejéis solo al Señor en el sagrario! Le necesitáis. «¡Pero no me dice nada! Me duermo...». Duérmete. Pero es Él que te envía, es Él que te da la fuerza. La oración personal con el Señor, porque tú debes ser para tu gente como Jesús. «Ah, pero yo no pensaba, cuando entré en el seminario, que este sería el camino... Yo pensaba en ser sacerdote... Pensé en hacer muchas cosas bonitas...». Y esto es importante, pero más importante es encontrar a Jesús, y partiendo de Jesús hacer todo lo demás. Porque la Iglesia no es una ONG; y la pastoral no es una plan pastoral. Esto ayuda, es un instrumento; pero la pastoral es el diálogo, el coloquio continuo —tanto sacramental, como catequético, como de enseñanza— con la gente. Estar cerca de la gente y dar lo que Jesús me dice. ¿Y la pastoral quién la lleva adelante? ¿El Consejo pastoral de la diócesis? No. También esto es un instrumento. La lleva adelante el Espíritu Santo. «Y dime, ¿cómo es tu relación con el Espíritu Santo?». —«Ah, ¿hay un Espíritu Santo?». Esa pregunta que ha hecho san Pablo [a los discípulos de Éfeso], y esa respuesta, es siempre actual (cf. Hch 19, 2). Todos decimos el Gloria al Padre, todos decimos, «Creo en el Espíritu Santo»; pero, en tu vida, ¿cómo entra el Espíritu Santo? ¿Tú sabes distinguir las inspiraciones del Espíritu en tu corazón? «Pero, padre, esto es para los místicos». No, ¡es para todos nosotros! Cuando el Espíritu nos lleva a hacer una cosa y cuando el otro espíritu, el malo, nos lleva a hacer otra cosa, ¿sabes distinguir el uno del otro? ¿O tu vida se guía solamente por «tengo ganas de...»? El Espíritu Santo. La docilidad al Espíritu Santo. Una cosa en la que tenemos que pensar mucho en nuestra vida pastoral: la docilidad al Espíritu.

Vosotros, en el seminario, tenéis que estudiar, aprender a crecer en la oración, conocer la vida espiritual. Luego en el seminario, sois muchos, y la vida comunitaria es importante. Y además estudiáis. Cuatro pilares: la vida espiritual, la oración; la vida comunitaria con los compañeros; la vida de estudio, porque debemos estudiar: el mundo no tolera el quedar mal de un sacerdote que no entiende las cosas, que no tenga un método para entender las cosas y que no sepa decir las cosas de Dios con fundamento; y cuarto: la vida apostólica; vosotros el fin de semana vais a la parroquia y hacéis esta experiencia. Estos cuatro pilares, que estén siempre presentes. «¿Pero cuál es más importante?». Los cuatro son importantes. Si falta uno, la formación no es equilibrada. Los cuatro. Y vosotros, superiores y formadores, tenéis que ayudar para que esto suceda, que sea así. El equilibrio de estos cuatro pilares no hay que descuidarlo.

Y volviendo al Espíritu Santo, quisiera subrayar una virtud, una virtud que es muy importante y necesaria en el sacerdote: el celo apostólico. Y para tener esto es necesario abrirse al Espíritu Santo: será Él quien nos dé el celo apostólico. ¡Es necesario pedirlo! El celo discreto, pero el celo apostólico.

Yo podría continuar hablando, pero creo que así es suficiente. He empezado con una monja, quiero terminar con un sacerdote. Inicié con el icono de esa monja que para mí ha sido un ejemplo de docilidad al Espíritu Santo, de amor a Jesús y de amor a la carne de Cristo concreta. Y quiero terminar con un icono, un icono sin una persona, pero que yo vi de joven muchas veces: el teléfono — porque no había contestador, no había móviles— el teléfono en la mesilla del párroco. Estos buenos sacerdotes, que se levantan a cualquier hora de la noche para ir donde un enfermo, y dar los sacramentos. «Pero yo tengo que descansar... El Señor salva a todos... Desconecto el teléfono». Esto [la disponibilidad] es el celo apostólico, esto es disolver [consumir] la vida al servicio de los otros. ¿Y al final qué queda? ¿Qué? ¡La alegría del servicio del Señor!

Pensad en la monja y pensad en el teléfono en la mesilla; pensad en la gente; pensad en el Tabernáculo; pensad en los cuatro pilares. Muchas cosas para pensar... Y pensar también en los obispos, en vuestros padres: si tienes algo contra él, hoy o mañana, el primero que debe saber esto es él, y no los otros con los chismorreos. Vosotros no chismorreéis nunca, sed buenos hombres, que no chismorrean...

¡Muchas gracias! Es la hora del Ángelus. Podemos rezar juntos.

 



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