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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL 

Miércoles 24 de octubre de 2001

 

El pecado del hombre y el perdón de Dios 

1. Hemos escuchado el Miserere, una de las oraciones más célebres del Salterio, el más intenso y repetido salmo penitencial, el canto del pecado y del perdón, la más profunda meditación sobre la culpa y la gracia. La Liturgia de las Horas nos lo hace repetir en las Laudes de cada viernes. Desde hace muchos siglos sube al cielo desde innumerables corazones de fieles judíos y cristianos como un suspiro de arrepentimiento y de esperanza dirigido a Dios misericordioso.

La tradición judía puso este salmo en labios de David, impulsado a la penitencia por las severas palabras del profeta Natán (cf. Sal 50, 1-2; 2 S 11-12), que le reprochaba el adulterio cometido con Betsabé y el asesinato de su marido, Urías. Sin embargo, el Salmo se enriquece en los siglos sucesivos con la oración de otros muchos pecadores, que recuperan los temas del "corazón nuevo" y del "Espíritu" de Dios infundido en el hombre redimido, según la enseñanza de los profetas Jeremías y Ezequiel (cf. Sal 50, 12; Jr 31, 31-34; Ez 11, 19; 36, 24-28).

2. Son dos los horizontes que traza el salmo 50. Está, ante todo, la región tenebrosa del pecado (cf. vv. 3-11), en donde está situado el hombre desde el inicio de su existencia:  "Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre" (v. 7). Aunque esta declaración no se puede tomar como una formulación explícita de la doctrina del pecado original tal como ha sido delineada por la teología cristiana, no cabe duda de que corresponde bien a ella, pues expresa la dimensión profunda de la debilidad moral innata del hombre. El Salmo, en esta primera parte, aparece como un análisis del pecado, realizado ante Dios. Son tres los términos hebreos utilizados para definir esta triste realidad, que proviene de la libertad humana mal empleada.

3. El primer vocablo, hattá, significa literalmente "no dar en el blanco":  el pecado es una aberración que nos lleva lejos de Dios —meta fundamental de nuestras relaciones— y, por consiguiente, también del prójimo.

El segundo término hebreo es 'awôn, que remite a la imagen de "torcer", "doblar". Por tanto, el pecado es una desviación tortuosa del camino recto. Es la inversión, la distorsión, la deformación del bien y del mal, en el sentido que le da Isaías:  "¡Ay de los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz y luz por oscuridad!" (Is 5, 20). Precisamente por este motivo, en la Biblia  la  conversión  se indica como un "regreso"  (en  hebreo  shûb) al camino recto, llevando a cabo un cambio de rumbo.

La tercera palabra con que el salmista habla del pecado es peshá. Expresa la rebelión del súbdito con respecto al soberano, y por tanto un claro reto dirigido a Dios y a su proyecto para la historia humana.

4. Sin embargo, si el hombre confiesa su pecado, la justicia salvífica de Dios está dispuesta a purificarlo radicalmente. Así se pasa a la segunda región espiritual del Salmo, es decir, la región luminosa de la gracia (cf. vv. 12-19). En efecto, a través de la confesión de las culpas se le abre al orante el horizonte de luz en el que Dios se mueve. El Señor no actúa sólo negativamente, eliminando el pecado, sino que vuelve a crear la humanidad pecadora a través de su Espíritu vivificante:  infunde en el hombre un "corazón" nuevo y puro, es decir, una conciencia renovada, y le abre la posibilidad de una fe límpida y de un culto agradable a Dios.

Orígenes habla, al respecto, de una terapia divina, que el Señor realiza a través de su palabra y mediante la obra de curación de Cristo:  "Como para el cuerpo Dios preparó los remedios de las hierbas terapéuticas sabiamente mezcladas, así también para el alma preparó medicinas con las palabras que infundió, esparciéndolas en las divinas Escrituras. (...) Dios dio también otra actividad médica, cuyo Médico principal es el Salvador, el cual dice de sí mismo:  "No son los sanos los que tienen necesidad de médico, sino los enfermos". Él era el médico por excelencia, capaz de curar cualquier debilidad, cualquier enfermedad" (Homilías sobre los Salmos, Florencia 1991, pp. 247-249).

5. La riqueza del salmo 50 merecería una exégesis esmerada de todas sus partes.Es lo que haremos cuando volverá a aparecer en los diversos viernes de las Laudes. La mirada de conjunto, que ahora hemos dirigido a esta gran súplica bíblica, nos revela ya algunos componentes fundamentales de una espiritualidad que debe reflejarse en la existencia diaria de los fieles. Ante todo está un vivísimo sentido del pecado, percibido como una opción libre, marcada negativamente a nivel moral y teologal:  "Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces" (v. 6).

Luego se aprecia en el Salmo un sentido igualmente vivo de la posibilidad de conversión:  el pecador, sinceramente arrepentido (cf. v. 5), se presenta en toda su miseria y desnudez ante Dios, suplicándole que no lo aparte de su presencia (cf. v. 13).

Por último, en el Miserere, encontramos una arraigada convicción del perdón divino que "borra, lava y limpia" al pecador (cf. vv. 3-4) y llega incluso a transformarlo en una nueva criatura que tiene espíritu, lengua, labios y corazón transfigurados (cf. vv. 14-19). "Aunque nuestros pecados —afirmaba santa Faustina Kowalska— fueran negros como la noche, la misericordia divina es más fuerte que nuestra miseria. Hace falta una  sola  cosa:   que  el  pecador entorne al menos un poco la puerta de su corazón... El resto lo hará Dios. Todo comienza  en  tu  misericordia y en tu misericordia acaba". (M. Winowska, El icono del Amor misericordioso. El mensaje de sor Faustina, Roma 1981, p. 271).

 


Saludos 

Saludo con afecto a todos los presentes de lengua española. En especial, a los alumnos del colegio "General Belgrano", de Tucumán (Argentina), y a los distintos grupos de peregrinos venidos de España. A todos os deseo que la meditación del salmo 50 os ayude a confiar siempre en la misericordia infinita de Dios.Muchas gracias por vuestra atención.

(En lituano) 
En el Salmo que hoy hemos escuchado, el creyente confiesa a Dios su pecado. A la luz de la fe, no sólo comprendemos la debilidad humana general, sino también la gravedad de las decisiones libres, cuando el hombre elige el mal. Que hoy el Dios misericordioso afiance vuestro corazón en el bien y os bendiga a todos.

(En checo)
Amadísimos hermanos, que durante vuestra peregrinación a la tumba de san Pedro fortalezcan vuestra fe las palabras del Apóstol:  "Creced en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2 P 3, 18). Testimoniadla en cualquier lugar a donde vayáis. De corazón os bendigo a vosotros y a vuestros seres queridos.

(En eslovaco)
Hermanos y hermanas, el domingo pasado celebramos la Jornada mundial de las misiones, que constituye una invitación a renovar nuestra cooperación activa con las obras misioneras de la Iglesia. Sed también vosotros misioneros de la buena nueva de Jesús, especialmente con vuestras oraciones y obras. Os bendigo de corazón.

(En croata)
Queridos hermanos y hermanas, los sacramentos instituidos por Cristo y por la Iglesia, que celebramos en la liturgia, afectan a las etapas y a los momentos principales de la vida del hombre, impregnándolos de la gracia divina. Manifiestan la constante presencia salvífica de Dios en la existencia humana y son la continuación de la obra de la Redención que Cristo realiza en la Iglesia, con ella y por ella.

(En italiano)
Hoy la liturgia nos recuerda al obispo san Antonio María Claret, que trabajó con gran empeño por la salvación de las almas. Que su glorioso testimonio evangélico os sostenga a vosotros, queridos jóvenes, en vuestro compromiso de fidelidad diaria a Cristo; os estimule a vosotros, queridos enfermos, a seguir siempre a Jesús en el camino de la prueba y del sufrimiento; y os ayude a vosotros, queridos recién casados, a hacer de vuestra familia el lugar del encuentro vivo con el amor de Dios y de los hermanos.

 



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