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LEÓN XIV

AUDIENCIA GENERAL

Aula Pablo VI
Miércoles, 20 de agosto de 2025

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Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 3. El perdón. «Los amó hasta el final» (Jn 13,2)

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy nos detenemos en uno de los gestos más conmovedores y luminosos del Evangelio: el momento en que Jesús, durante la última cena, ofrece el bocado a aquel que está a punto de traicionarlo. No es solo un gesto de compartir, es mucho más: es el último intento del amor por no rendirse.

San Juan, con su profunda sensibilidad espiritual, nos cuenta así ese instante: «Durante la cena, cuando el diablo ya había puesto en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de traicionarlo […] Jesús, sabiendo que había llegado su hora […] los amó hasta el final» (Jn 13,1-2). Amar hasta el final: esta es la clave para comprender el corazón de Cristo. Un amor que no se detiene ante el rechazo, la decepción, ni siquiera la ingratitud.

Jesús conoce la hora, pero no la sufre: la elige. Es Él quien reconoce el momento en que su amor tendrá que pasar por la herida más dolorosa, la de la traición. Y en lugar de retirarse, acusar, defenderse... sigue amando: lava los pies, moja el pan y lo ofrece.

«Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato»(Jn 13,26). Con este gesto sencillo y humilde, Jesús lleva adelante y a fondo su amor. No porque ignore lo que está sucediendo, sino precisamente porque lo ve con claridad. Ha comprendido que la libertad del otro, incluso cuando se extravía en el mal, todavía puede alcanzarse con la luz de un gesto manso. Porque sabe que el verdadero perdón no espera el arrepentimiento, sino que se ofrece primero, como un don gratuito, incluso antes de ser acogido.

Judas, por desgracia, no lo comprende. Después de dar el bocado —dice el Evangelio— «Satanás entró en él» (v. 27). Este pasaje nos impacta: es como si el mal, hasta ese momento oculto, se manifestara después de que el amor mostrara su rostro más desarmado. Y precisamente por eso, hermanos y hermanas, ese bocado es nuestra salvación: porque nos dice que Dios lo hace todo, absolutamente todo, para llegar a nosotros, incluso en el momento en que lo rechazamos.

Es aquí donde el perdón se revela en toda su potencia y manifiesta el rostro concreto de la esperanza. No es olvido, no es debilidad. Es la capacidad de dejar libre al otro, amándolo hasta el final. El amor de Jesús no niega la verdad del dolor, pero no permite que el mal sea la última palabra. Este es el misterio que Jesús realiza por nosotros, en el que también nosotros, a veces, estamos llamados a participar.

Cuántas relaciones se rompen, cuántas historias se complican, cuántas palabras no dichas quedan en el aire. Sin embargo, el Evangelio nos muestra que siempre hay una manera de seguir amando, incluso cuando todo parece irremediablemente comprometido. Perdonar no significa negar el mal, sino impedir que genere más mal. No es decir que no haya pasado nada, sino hacer todo lo posible para que no sea el rencor el que decida el futuro.

Cuando Judas sale de la habitación, «era de noche» (v. 30). Pero inmediatamente después, Jesús dice: «Ahora el Hijo del hombre ha sido glorificado» (v. 31). La noche sigue ahí, pero una luz ya ha comenzado a brillar. Y brilla porque Cristo permanece fiel hasta el final, y así su amor es más fuerte que el odio.

Queridos hermanos y hermanas, nosotros también vivimos noches dolorosas y agotadoras. Noches del alma, noches de decepción, noches en las que alguien nos ha herido o traicionado. En esos momentos, la tentación es cerrarnos, protegernos, devolver el golpe. Pero el Señor nos muestra que hay esperanza, que siempre hay otro camino. Nos enseña que se puede ofrecer un bocado incluso a quien nos da la espalda. Que se puede responder con el silencio de la confianza. Y que se puede seguir adelante con dignidad, sin renunciar al amor.

Hoy pedimos la gracia de saber perdonar, incluso cuando no nos sentimos comprendidos, incluso cuando nos sentimos abandonados. Porque es precisamente en esos momentos cuando el amor puede alcanzar su cima. Como nos enseña Jesús, amar significa dejar al otro libre —incluso para traicionar— sin dejar nunca de creer que incluso esa libertad, herida y perdida, puede ser arrancada del engaño de las tinieblas y devuelta a la luz del bien.

Cuando la luz del perdón logra filtrarse entre las grietas más profundas del corazón, comprendemos que nunca es inútil. Aunque el otro no lo acoja, aunque parezca vano, el perdón libera a quien lo ofrece: disuelve el resentimiento, devuelve la paz, nos devuelve a nosotros mismos.

Jesús, con el sencillo gesto de ofrecer el pan, muestra que toda traición puede convertirse en una oportunidad de salvación, si se elige como espacio para un amor más grande. No cede ante el mal, sino que lo vence con el bien, impidiendo que apague lo que hay de más verdadero en nosotros: la capacidad de amar.

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Llamamiento

El próximo viernes, 22 de agosto, celebraremos la memoria de la Santísima Virgen María Reina. María es Madre de los creyentes aquí en la tierra y también se la invoca como Reina de la Paz. Mientras nuestra tierra sigue herida por las guerras en Tierra Santa, en Ucrania y en muchas otras regiones del mundo, invito a todos los fieles a vivir la jornada del 22 de agosto en ayuno y oración, suplicando al Señor que nos conceda la paz y la justicia y que seque las lágrimas de los que sufren a causa de los continuos conflictos armados.

Que María, Reina de la Paz, interceda para que los pueblos encuentren el camino de la paz.

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Saludos 

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Saludo a las monjas benedictinas del Monasterio Nuestra Señora de la Expectación, de Cuenca. Pidamos al Señor la gracia de saber amar y perdonar a la medida de su Corazón. Que no cedamos al mal ni al resentimiento, sino que abramos nuestros corazones a la salvación que Él nos ofrece. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
 

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua italiana. Saludo en particular a las Familias religiosas presentes, a las que animo a testimoniar con ardor apostólico sus respectivos carismas para el bien de la Iglesia. 

A continuación, saludo a los grupos parroquiales, exhortando a cada uno a responder con generosidad a la invitación del Señor a ser anunciadores gozosos del Evangelio de la salvación.

Por último, mi pensamiento se dirige a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Hoy celebramos la fiesta de san Bernardo de Claraval, gran doctor de la Iglesia y gran cantor de la Virgen. Es un hombre que generó paz a su alrededor, mostrando cómo vivir el Evangelio. Que su ejemplo os guíe en vuestro camino cotidiano.

¡Mi bendición para todos!

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Saludo improvisado a los fieles en el patio de Petriano

Buenos días a todos, buenos días, ¡gracias por vuestra paciencia! Que Dios os bendiga a todos, a vuestros seres queridos, familiares, niños, enfermos y ancianos. Que el Señor esté con vosotros. Que Dios Padre Todopoderoso os bendiga y os acompañe siempre.

Y que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre vosotros y permanezca siempre con vosotros. Amén.

¡Buenos días! Os deseo lo mejor.
 

Saludo pronunciado de manera improvisada a los fieles en la Basílica de San Pedro

¡Buenos días a todos! ¡Buenos días! ¡Good morning!

Han escuchado la meditación, la catequesis de esta mañana.

Todos han escuchado esta reflexión sobre un momento —se podría decir— casi «doloroso» en la vida de Jesús, en el que nos enseña a perdonar, incluso antes de que el otro pida perdón. El perdón es una señal muy grande de amor, de amor auténtico, especialmente del amor de Dios por todos nosotros.

Pedimos perdón al Señor, aprendamos a perdonarnos unos a otros.

Aprendamos todos a perdonar, porque perdonarnos unos a otros es construir un puente de paz. Y debemos rezar por la paz, tan necesaria en nuestro mundo actual, la paz que solo Jesucristo puede darnos. Gracias por estar aquí esta mañana y gracias por vuestra paciencia. Pedimos la bendición del Señor para todos vosotros.

BENDICIÓN

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Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

Reflexionamos hoy sobre el amor y el perdón que manifiesta Jesús en vísperas de su Pasión. Se trata de un amor que se entrega hasta el fin, y de una actitud de perdón que no se detiene frente al rechazo, la traición o la ingratitud de sus discípulos. En vez de acusar o defenderse, Jesús sigue amando y perdonando: lava los pies de los suyos, comparte la cena con ellos, moja un bocado y lo da. En estos gestos sencillos y humildes Jesús nos enseña a amar y a perdonar hasta el extremo.

El perdón que nos enseña Jesús no espera el arrepentimiento del que ofende, sino que se ofrece primero, como don gratuito, aun antes de ser acogido. No es olvido ni debilidad, sino la capacidad de dejar libres a los demás. De ese modo, el perdón se revela en todo su poder y muestra el rostro concreto de la esperanza. Perdonar no significa negar el mal, sino impedir que las tinieblas a las que conduce se sigan extendiendo, y regresar a la luz del bien. El perdón libera y devuelve la paz.