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VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI A BRASIL
CON OCASIÓN DE LA V CONFERENCIA GENERAL
DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE
(9-14 de mayo de 2007)

ENCUENTRO Y CELEBRACIÓN DE LAS VÍSPERAS
CON EL EPISCOPADO BRASILEÑO

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Catedral da Sé, São Paulo
Viernes 11 de mayo de 2007

 

Amados hermanos en el episcopado: 

«A pesar de ser Hijo de Dios, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna» (Hb 5, 8-9).

1. El texto que acabamos de escuchar en la lectura breve de estas Vísperas contiene una enseñanza profunda. También en este caso constatamos cómo la palabra de Dios es viva y más penetrante que una espada de doble filo, penetra hasta la juntura del alma, reconfortándola y estimulando a sus servidores fieles (cf. Hb 4, 12).

Doy gracias a Dios porque me ha permitido encontrarme con un Episcopado prestigioso, que está al frente de una de las más numerosas poblaciones católicas del mundo. Os saludo con sentimientos de profunda comunión y sincero afecto, conociendo bien la dedicación con que seguís a las comunidades que os han sido confiadas. La cordial acogida del señor párroco de la Catedral da Sé y de todos los presentes me ha hecho sentirme en casa, en esta gran casa común que es nuestra santa Madre, la Iglesia católica.

Dirijo un saludo especial a la nueva presidencia de la Conferencia nacional de los obispos de Brasil y, a la vez que agradezco las palabras de su presidente, monseñor Geraldo Lyrio Rocha, expreso mis mejores deseos de un provechoso trabajo en el cumplimiento de la tarea de consolidar cada vez más la comunión entre los obispos y promover la acción pastoral común en un territorio de dimensiones continentales.

2. Brasil acoge con su tradicional hospitalidad a los participantes en la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano. Expreso mi agradecimiento, de parte de sus miembros, por la atenta acogida y mi profundo aprecio por las oraciones del pueblo brasileño, elevadas especialmente por el éxito del encuentro de los obispos en Aparecida.

Es un gran acontecimiento eclesial, que se sitúa en el ámbito del esfuerzo misionero que América Latina deberá proponerse, precisamente a partir de aquí, de la tierra brasileña. Por eso he querido dirigirme inicialmente a vosotros,  obispos  de Brasil, evocando las palabras  densas de contenido de la carta a los Hebreos:  "A pesar de ser Hijo de Dios, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado  a  la  consumación, se ha convertido  para  todos  los que le obedecen en autor de salvación eterna" (Hb 5, 8-9). Exuberantes en su significado, estos versículos hablan de la compasión de Dios hacia nosotros, manifestada en la pasión de su Hijo; y hablan de su obediencia, de su adhesión libre y consciente a los designios del Padre, explicitada especialmente en la oración en el monte de los Olivos:  "No se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42).

Así, es Jesús mismo quien nos enseña que el verdadero camino de salvación consiste en conformar nuestra voluntad a la de Dios. Es exactamente lo que pedimos en la tercera invocación de la oración del Padrenuestro:  que se haga la voluntad de Dios, en la tierra como en el cielo, porque donde reina la voluntad de Dios está presente el reino de Dios. Jesús nos atrae con su voluntad, con la voluntad del Hijo, y de este modo nos guía hacia la salvación. Saliendo al encuentro de la voluntad de Dios, con Jesucristo, abrimos el mundo al reino de Dios.

Los obispos estamos llamados a manifestar esa verdad central, pues estamos vinculados directamente a Cristo, buen Pastor. La misión que se nos ha confiado, como maestros de la fe, consiste en recordar, como escribía el mismo Apóstol de los gentiles, que nuestro Salvador "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tm 2, 4-6). Esta, y no otra, es la finalidad de la Iglesia:  la salvación de las almas, una a una. Por eso envió el Padre a su Hijo, y "como el Padre me envió, también yo os envío", se dice en el evangelio según san Juan (Jn 20, 21). De aquí, el mandato de evangelizar:  "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 19-20).

Son palabras sencillas y sublimes, que indican el deber de predicar la verdad de la fe, la urgencia de la vida sacramental, la promesa de la asistencia continua de Cristo a su Iglesia. Se trata de realidades fundamentales, que se refieren a la instrucción en la fe y en la moral cristiana, así como a la práctica de los sacramentos. Donde no se conoce a Dios y su voluntad, donde no existe la fe en Jesucristo y en su presencia en las celebraciones sacramentales falta lo esencial también para la solución de los urgentes problemas sociales y políticos. La fidelidad al primado de Dios y de su voluntad, conocida y vivida en comunión con Jesucristo, es el don esencial que los obispos y los sacerdotes debemos ofrecer a nuestro pueblo (cf. Populorum progressio, 21).

3. El ministerio episcopal nos impulsa al discernimiento de la voluntad salvífica, a la búsqueda de una pastoral que ayude al pueblo de Dios a reconocer y acoger los valores trascendentes, con fidelidad al Señor y al Evangelio.

Es verdad que los tiempos actuales son difíciles para la Iglesia y muchos de sus hijos están sufriendo. La vida social atraviesa momentos de confusión desconcertante. Se ataca impunemente la santidad del matrimonio y de la familia, comenzando por hacer concesiones ante presiones capaces de influir negativamente en los procesos legislativos; se justifican algunos crímenes contra la vida en nombre de los derechos de la libertad individual; se atenta contra la dignidad del ser humano; se extiende la herida del divorcio y de las uniones libres. Más aún, cuando en el seno de la Iglesia se cuestiona el valor del compromiso sacerdotal como entrega total a Dios a través del celibato apostólico y como disponibilidad total para servir a las almas, y se da preferencia a las cuestiones ideológicas y políticas, incluso partidarias, la estructura de la consagración total a Dios comienza a perder su significado más profundo.

¿Cómo no sentir tristeza en nuestra alma? Pero tened confianza:  la Iglesia es santa e incorruptible (cf. Ef 5, 27). Decía san Agustín:  "La Iglesia vacilará si vacila su fundamento; pero ¿podrá vacilar Cristo? Dado que Cristo no vacila, la Iglesia permanecerá intacta hasta el fin de los tiempos" (Enarrationes in Psalmos, 103, 2, 5:  PL 37, 1353).

Entre los problemas que os afligen en vuestra solicitud pastoral está, sin duda, la cuestión de los católicos que abandonan la vida eclesial. Parece claro que la causa principal de este problema, entre otras, se puede atribuir a la falta de una evangelización en la que Cristo y su Iglesia estén en el centro de toda explicación. Las personas más vulnerables al proselitismo agresivo de las sectas -que con razón constituye motivo de preocupación- e incapaces de resistir a las embestidas del agnosticismo, del relativismo y del laicismo son generalmente los bautizados no suficientemente evangelizados, fácilmente influenciables porque poseen una fe frágil y, a veces, confusa, vacilante e ingenua, aunque conserven una religiosidad innata.

En la encíclica Deus caritas est recordé que "no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (n. 1). Por tanto, es necesario emprender la actividad apostólica como una verdadera misión en el ámbito del rebaño que constituye la Iglesia católica en Brasil, promoviendo una evangelización metódica y capilar con vistas a una adhesión personal y comunitaria a Cristo. En efecto, se trata de no escatimar esfuerzos en la búsqueda de los católicos que se han alejado y de los que conocen poco o nada a Jesucristo, a través de una pastoral de la acogida que les ayude a sentir a la Iglesia como lugar privilegiado del encuentro con Dios y mediante un itinerario catequético permanente.

En una palabra, se requiere una misión evangelizadora que movilice todas las fuerzas vivas de este inmenso rebaño. Mi pensamiento se dirige, por tanto, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos que se prodigan, muchas veces con inmensas dificultades, en favor de la difusión de la verdad evangélica. Muchos de ellos colaboran o participan activamente en las asociaciones, en los movimientos y en las otras nuevas realidades eclesiales que, en comunión con sus pastores y de acuerdo con las orientaciones diocesanas, llevan su riqueza espiritual, educativa y misionera al corazón de la Iglesia, como preciosa experiencia y propuesta de vida cristiana.

En este esfuerzo evangelizador, la comunidad eclesial se distingue por las iniciativas pastorales, al enviar, sobre todo a las casas de las periferias urbanas y del interior, a sus misioneros, laicos o religiosos, tratando de dialogar con todos con espíritu de comprensión y de caridad delicada. Sin embargo, si las personas con quienes se encuentran viven en una situación de pobreza, es necesario ayudarlas, como hacían las primeras comunidades cristianas, practicando la solidaridad, para que se sientan amadas de verdad. La gente pobre de las periferias urbanas o del campo necesita sentir la cercanía de la Iglesia, tanto en la ayuda para sus necesidades más urgentes, como en la defensa de sus derechos y en la promoción común de una sociedad fundada en la justicia y en la paz.

Los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio y el obispo, formado a imagen del buen Pastor, debe estar particularmente atento a ofrecer el bálsamo divino de la fe, sin descuidar el "pan material". Como puse de relieve en la encíclica Deus caritas est, "la Iglesia no puede descuidar el servicio de la caridad, como no puede omitir los sacramentos y la Palabra" (n. 22).

La vida sacramental, especialmente a través de la confesión y de la Eucaristía, asume aquí una importancia de primera magnitud. Los pastores tenéis la tarea principal de  asegurar la participación de los fieles en la vida eucarística y en el sacramento de la Reconciliación; debéis vigilar para que la confesión y la absolución de los pecados sean ordinariamente individuales, como el pecado constituye un hecho profundamente personal (cf. Reconciliatio et paenitentia, 31, III). Solamente la imposibilidad física o moral exime al fiel de esta forma de confesión, pudiendo en este caso conseguir la reconciliación por otros medios (cf. Código de derecho canónico, can. 960; Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, n. 311). Por eso, conviene inculcar en los sacerdotes la práctica de la generosa disponibilidad para atender a los fieles que recurren al sacramento de la misericordia de Dios (cf. carta apostólica Misericordia Dei, 2).

4. Recomenzar desde Cristo en todos los ámbitos de la misión, redescubrir en Jesús el amor y la salvación que el Padre nos da, por el Espíritu Santo, es la substancia, la raíz de la misión episcopal, que hace del obispo el primer responsable de la catequesis diocesana. A él le corresponde la dirección superior de la catequesis, rodeándose de colaboradores competentes y dignos de confianza. Por tanto, es obvio que sus catequistas no son simples comunicadores de experiencias de fe, sino que deben ser auténticos transmisores, bajo la guía de su pastor, de las verdades reveladas.

La fe es un camino, dirigido por el Espíritu Santo, que se compendia en dos palabras:  conversión y seguimiento. Estas dos palabras clave de la tradición cristiana indican con claridad que la fe en Cristo implica una praxis de vida basada en el doble mandamiento del amor, a Dios y al prójimo, y expresan también la dimensión social de la vida.

La verdad supone un conocimiento claro del mensaje de Jesús, transmitido gracias a un lenguaje inculturado comprensible, pero necesariamente fiel a la propuesta del Evangelio. En los tiempos actuales es urgente un conocimiento adecuado de la fe, como está bien sintetizada en el Catecismo de la Iglesia católica, con su Compendio. La educación en las virtudes personales y sociales del cristiano, así como la educación en la responsabilidad social, forman parte también de la catequesis esencial. Precisamente porque la fe, la vida y la celebración de la sagrada liturgia como fuente de fe y de vida son inseparables, es necesaria una aplicación más correcta de los principios indicados por el concilio Vaticano II en lo que respecta a la liturgia de la Iglesia, incluyendo las disposiciones contenidas en el Directorio para los obispos (cf. nn. 145-151), con el propósito de devolver a la liturgia su carácter sagrado.

Con esta finalidad mi venerable predecesor en la Cátedra de Pedro, Juan Pablo II, renovó "una apremiante llamada de atención para que se observen con gran fidelidad las normas litúrgicas en la celebración eucarística. (...) La liturgia nunca es propiedad privada de alguien, ni del celebrante ni de la comunidad en que se celebran los sagrados misterios" (Ecclesia de Eucharistia, 52). Redescubrir y valorar la obediencia a las normas litúrgicas por parte de los obispos, como "moderadores de la vida litúrgica de la Iglesia", significa dar testimonio de la Iglesia misma, una y universal, que preside en la caridad.

5. Es necesario dar un salto de calidad en la vida cristiana del pueblo, para que pueda testimoniar su fe de forma límpida y clara. Esta fe, celebrada y participada en la liturgia y en la caridad, alimenta y fortifica a la comunidad de los discípulos del Señor, y los edifica como Iglesia misionera y profética. El Episcopado brasileño posee una estructura de gran envergadura, cuyos Estatutos fueron revisados hace poco para su mejor aplicación y para una dedicación más exclusiva al bien de la Iglesia. El Papa ha venido a Brasil para pediros que, siguiendo la palabra de Dios, todos los venerables hermanos en el episcopado sean portadores de eterna salvación para todos los que obedecen a Cristo (cf. Hb 5, 9).

Nosotros, los pastores, en la línea del compromiso asumido como sucesores de los Apóstoles, debemos ser fieles servidores de la Palabra, sin visiones reductivas ni confusiones en la misión que se nos ha confiado. No basta observar la realidad desde la fe personal; es necesario trabajar con el Evangelio en las manos y arraigados en la auténtica herencia de la Tradición apostólica, sin interpretaciones motivadas por ideologías racionalistas.

Así, "en las Iglesias particulares corresponde al obispo custodiar e interpretar la palabra de Dios y juzgar con autoridad lo que le es conforme o no" (Congregación para la doctrina de la fe, Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo, n. 19). El obispo, como maestro de fe y de doctrina, podrá contar con la colaboración del teólogo que, "en su compromiso al servicio de la verdad, para mantenerse fiel a su oficio, deberá tener en cuenta la misión propia del Magisterio y colaborar con él" (ib., n. 20). El deber de conservar el depósito de la fe y de mantener su unidad exige una estrecha vigilancia "para que ese depósito se conserve y se transmita fielmente, y para que las posiciones particulares se unifiquen en la integridad del Evangelio de Cristo" (Directorio para el ministerio pastoral de los obispos, n. 126).

He aquí, por tanto, la enorme responsabilidad que asumís como formadores del pueblo, especialmente de vuestros sacerdotes y religiosos. Son ellos vuestros fieles colaboradores. Conozco el empeño con que tratáis de formar las nuevas vocaciones sacerdotales y religiosas. La formación teológica y en las disciplinas eclesiásticas exige una actualización constante, pero siempre de acuerdo con el Magisterio auténtico de la Iglesia.

Apelo a vuestro celo sacerdotal y al sentido de discernimiento de las vocaciones,  también  para saber completar la dimensión espiritual, psico-afectiva, intelectual y pastoral en jóvenes maduros y disponibles al servicio de la Iglesia. Un  buen y asiduo acompañamiento espiritual es indispensable para favorecer la  maduración humana y evita el peligro de desviaciones en el campo de la sexualidad. Tened siempre presente que el celibato sacerdotal constituye un don "que la Iglesia ha recibido y que quiere guardar, convencida de que es un bien para ella y para el mundo" (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n. 57).

Quiero encomendar a vuestra solicitud también a las comunidades religiosas que se insertan en la vida de vuestra diócesis. Dan una valiosa contribución pues, "hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo" (1 Co 12, 4). La Iglesia no puede menos de manifestar alegría y aprecio por todo aquello que los religiosos están realizando mediante universidades, escuelas, hospitales y otras obras e instituciones.

6. Conozco la dinámica de vuestras asambleas y el esfuerzo por definir los diversos planes pastorales, para que den prioridad a la formación del clero y de los agentes de la pastoral. Algunos de vosotros habéis fomentado movimientos de evangelización para facilitar la agrupación de los fieles en una línea determinada de acción. El Sucesor de Pedro cuenta con vosotros para que vuestra preparación se apoye siempre en la espiritualidad de comunión y de fidelidad a la Sede de Pedro, a fin de garantizar que la acción del Espíritu no sea vana. En efecto, la integridad de la fe, juntamente con la disciplina eclesial, es y será siempre un tema que exigirá atención y compromiso por parte de todos vosotros, especialmente cuando se trata de sacar las consecuencias del hecho de que existe "una sola fe y un solo bautismo".

Como sabéis, entre los diversos documentos que se ocupan de la unidad de los cristianos está el Directorio para el ecumenismo, publicado por el Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos. En nuestro tiempo, en el que se está produciendo el encuentro de las culturas y el desafío del secularismo, el ecumenismo, o sea, la búsqueda de la unidad de los cristianos, se está convirtiendo en una tarea de la Iglesia católica cada vez más urgente. Sin embargo, como consecuencia de la continua multiplicación de denominaciones cristianas, y sobre todo ante ciertas formas de proselitismo, frecuentemente agresivo, el compromiso ecuménico resulta una tarea compleja. En ese contexto, es indispensable una buena formación histórica y doctrinal, que posibilite el necesario discernimiento y ayude a entender la identidad específica de cada una de las comunidades, los elementos que dividen y los que ayudan en el camino hacia la construcción de la unidad.

El gran campo común de colaboración debería ser la defensa de los valores morales fundamentales, transmitidos por la tradición bíblica, contra su destrucción en una cultura relativista y consumista; y también la fe en Dios creador y en Jesucristo, su Hijo encarnado. Además, vale siempre el principio del amor fraterno y de la búsqueda de comprensión y de acercamiento mutuo; pero también la defensa de la fe de nuestro pueblo, confirmándolo en la gozosa certeza de que la "unica Christi Ecclesia... subsistit in Ecclesia catholica, a successore Petri et episcopis in eius communione gubernata" ("la única Iglesia de Cristo... subsiste en la Iglesia católica gobernada por el Sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él") (Lumen gentium, 8).

En este sentido se procederá a un diálogo ecuménico franco, a través del Consejo nacional de las Iglesias cristianas, comprometiéndose al pleno respeto de las demás confesiones religiosas, deseosas de mantenerse en contacto con la Iglesia católica que está en Brasil.

7. No es ninguna novedad la constatación de que vuestro país convive con un déficit histórico de desarrollo social, cuyos rasgos extremos son el inmenso contingente de brasileños que viven en situación de indigencia y una desigualdad en la distribución de la renta que alcanza niveles muy elevados. A vosotros, venerables hermanos, como jerarquía del pueblo de Dios, os compete promover la búsqueda de soluciones nuevas y llenas de espíritu cristiano.

Una visión de la economía y de los problemas sociales desde la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia lleva a considerar las cosas siempre desde el punto de vista de la dignidad del hombre, que trasciende el simple juego de los factores económicos. Por eso, es preciso trabajar incansablemente en favor de la formación de los políticos, así como de todos los brasileños que tienen algún poder de decisión, grande o pequeño, y en general de todos los miembros de la sociedad, de modo que asuman plenamente sus propias responsabilidades y sepan dar un rostro humano y solidario a la economía.

Es necesario formar en las clases políticas y empresariales un auténtico espíritu de veracidad y de honradez. Quienes asuman un papel de liderazgo en la sociedad deben tratar de prever las consecuencias sociales, directas e indirectas, a corto y a largo plazo, de sus propias decisiones, actuando según criterios de maximización del bien común, en vez de buscar ganancias personales.

8. Queridos hermanos, si Dios quiere, encontraremos otras oportunidades para profundizar las cuestiones que interpelan nuestra solicitud pastoral conjunta. Esta vez, he querido exponer, ciertamente no de manera exhaustiva, los temas más relevantes que se imponen a mi consideración de Pastor de la Iglesia universal.

Os transmito mi afectuoso aliento, que es al mismo tiempo una fraterna y sentida súplica, para que prosigáis y trabajéis siempre, como venís haciendo, en concordia, teniendo como vuestro fundamento una comunión que en la Eucaristía encuentra su momento cumbre y su manantial inagotable.

Os encomiendo a todos a María santísima, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, a la vez que de todo corazón os imparto a cada uno de vosotros y a vuestras respectivas comunidades la bendición apostólica.

¡Gracias!



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