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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 16 de julio de 1980

1. "¿Para onde vais?" ¿Dónde vas? ¿Dónde irás? He aquí que tal pregunta ha constituido el hilo conductor del X Congreso Eucarístico Nacional de Brasil, que he tenido la alegría de inaugurar hace precisamente una semana en Fortaleza, al final de mi último viaje-peregrinación a lo largo de aquel gigantesco país. Un país que es un continente. La invitación se refería también a otras circunstancias y comprendía una serie de etapas. Entre las circunstancias particularmente importantes hay que recordar la consagración de la nueva basílica en el principal santuario mariano de Brasil: Aparecida, y el XXV aniversario de la institución del Consejo de los Episcopados de América Latina (CELAM), que tuvo lugar en 1955 en Río de Janeiro; y precisamente en esa ciudad ha sido celebrado ese aniversario: el jubileo de plata de tan benemérita institución.

Por lo que respecta a cada una de las etapas de tal viaje-peregrinación (el más largo de todos los que he podido realizar hasta ahora), desde el 30 de junio al 11 de julio se han sucedido en el siguiente orden:

Brasilia, actual capital del país; Belo Horizonte; Río de Janeiro; Sao Paulo; Aparecida; Porto Alegre; Curitiba; Sao Salvador da Bahía; Teresina; Belem de Pará, Fortaleza; y, en fin, ya después de la apertura del Congreso Eucarístico y antes de volver a Roma: Manaus, en el centro de la más grande reserva, quizá, de la naturaleza sobre la tierra, en la confluencia del Río de las Amazonas y del Río Negro. Trece etapas a lo largo de doce días. Con todo eso, he logrado visitar solamente una parte de las provincias de aquel país inmenso, tanto en sentido eclesiástico, como en el administrativo y estatal.

2. La pregunta "¿Para onde vais?", ¿dónde vas?, o mejor, ¿dónde vamos?, me ha acompañado durante todas las etapas de este camino brasileño; de modo que todas han entrado, en cierto sentido, dentro del contexto del Congreso Eucarístico de este año y han constituido como una ampliación y engrandecimiento de su programa sobre todo el país. Esta pregunta, en la intención de los organizadores del Congreso, tiene su resonancia evangélica y, al mismo tiempo, contemporánea y social en el sentido pleno de la palabra. La resonancia evangélico-eucarística ha sido puesta de relieve, de la mejor manera, por las palabras dirigidas una vez por Pedro a Cristo en las cercanías de Cafarnaún: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68). Precisamente por esto, quizá, era necesario que en dicho Congreso estuviese presente el Sucesor de Pedro. a fin de que precisamente él pronunciase de nuevo esas palabras, lo mismo que, mucho tiempo antes, las habla pronunciado el mismo Pedro junto a Cafarnaún.

Al mismo tiempo, esas palabras, elegidas como lema e hilo conductor del gran acontecimiento religioso en la Iglesia brasileña, dan testimonio de cuán profundamente la Iglesia de aquel país y, especialmente, sus Pastores enlazan la Eucaristía y el Evangelio con el conjunto de los problemas sociales contemporáneos, de que está llena la vida de los hombres en el amplio territorio del "continente" brasileño.

En efecto; precisamente esa vida en su perfil social más amplio se enlaza con dicha pregunta: "¿Para donde vais?". La Iglesia sabe que millones de hombres se plantean esa pregunta y que esos millones de hombres se encuentran ante el problema de la "migración"; por tanto, lo toma, en cierto sentido, de la boca de ellos, de sus corazones muchas veces inquietos, de sus conciencias, de toda su existencia contemporánea. La toma y, en cierto modo, la formula junto con ellos y en lugar de ellos, como expresión de su presencia en el mundo brasileño y de la solicitud por todo hombre que vive en este mundo y lo construye; como expresión de la solicitud pastoral y de la solidaridad fraterna con cada hombre. Porque ese hombre, como he escrito en la Encíclica "Redemptor hominis", es, en cierto modo, "la vida de la Iglesia".

3. La pregunta, "¿dónde vas?", en el contexto brasileño, tiene también su dimensión histórica. Hay que volver casi cinco siglos atrás, para llegar hasta aquel momento en que comenzó a ser actual. Los primeros llegados desde el continente europeo, sobre todo los portugueses, encontraron en aquellos inmensos territorios a los indios, hasta entonces habitantes y dueños de aquella tierra; sus ocupaciones eran, y siguen siendo hoy día, la caza y la pesca. El continente daba para ello muchas posibilidades. Para rendir, durante mi viaje a Brasil, el debido homenaje a los primeros habitantes y dueños de aquella tierra, he sentido una especial necesidad de llegar al centro de la Amazonia, donde viven todavía, tratando de conservar su estilo tradicional de vida. La justicia exige que quienes no han ido el la dirección de la civilización nueva, llevada por los extranjeros, puedan plenamente mantener su tradicional identidad.

Los hombres que venían poco a poco desde el viejo mundo al territorio del continente brasileño, dieron a su desarrollo una nueva orientación, insertaron allí una nueva cultura, introdujeron aquella parte de América en el ámbito de la civilización occidental, poblándola con grupos étnicos siempre nuevos.

Lo que debe impresionar, en este proceso plurisecular de la fusión de grupos tan diferenciados en una nueva gran sociedad brasileña es —pese a todos los aspectos oscuros de aquel proceso— una actuación gradual de la comunidad e incluso de la fraternidad, que ha unido y une cada vez más a todos aquellos hombres, aunque haya habido tantos factores que hubieran podido dividirles e incluso oponer los unos a los otro en una lucha recíproca. El elemento histórico quizá más oscuro de tal proceso, que fue el llevar esclavo negros de África, llega a desaparecer también en fin de cuentas; bastante tarde, pero al fin desapareció. Los negros se han unido con los antiguos indígenas y con los blancos creando, incluso en el sentido antropológico, el tipo contemporáneo de hombre brasileño. Es el hombre de sentimientos fervientes y corazón abierto.

En todo esto, no puede dejar de advertirse el trabajo plurisecular de la Iglesia: los frutos de la evangelización. Y si pensamos con humildad en todas sus faltas e imperfecciones al mismo tiempo hay que pensar con veneración y gratitud, en todo esos auténticos "ministros de Cristo y administradores de los misterio de Dios" (1Cor 4, 1); que has contribuido a la cristianización y a mismo tiempo a la humanización de la vida en tierra brasileña. La elevación a los altares, el 22 de junio pasado, de uno de ellos, el Beato José de Anchieta, tiene una elocuencia simbólica.

4. Si la Iglesia brasileña, reunida en el Congreso de Fortaleza, en torno a la Eucaristía, plantea a los hombres contemporáneos en todo Brasil la pregunta "¿para donde vais?" (¿dónde vas?), esta pregunta demuestra que esa Iglesia desea realizar su misión: que el misterio de Cristo está, en la Iglesia, auténticamente orientado hacia los problemas reales del hombre. Y esos problemas —en cierto modo comunes a todos los países de América Latina— tienen su especial dimensión brasileña, dada la grandeza de aquel país y de aquella sociedad, la enorme diferenciación, no sólo en el sentido geográfico, sino también en el cultural y el económico-social. La inmensa vitalidad de las multitudes cada vez con mayor densidad de población —el setenta por ciento— en las ciudades (algunas de ellas son verdaderamente ciudades gigantes, como concretamente São Paulo o Río de Janeiro) exige que se busquen soluciones tales, tales caminos hacia el futuro, que permitan superar los agudos contrastes y lleven a una mayor equidad, por lo que se refiere a la división de bienes, al sistema de las condiciones de existencia cotidiana de las familias y de ambientes enteros. Toda sociedad puede construir su futuro solamente en cuanto que se hace más justa, en cuanto la vida es, en ella, cada vez más digna del hombre.

Por eso, junto con los Pastores de la Iglesia brasileña, he hecho esta pregunta fundamental: "¿para donde vais?", a las diversas personas a las comunidades, a los ambientes. La he hecho, en cierto sentido, a toda la sociedad, ya en el primer encuentro en Brasilia, la capital del país. La he hecho a la juventud durante el encuentro en Belo Horizonte. He dirigido esa pregunta a las familias en Río de Janeiro y en la misma ciudad maravillosamente bella, tanto a los hombres de la ciencia y de la cultura, como los habitantes de las "favelas" suburbanas.

En São Paulo, esa pregunta constituyó el tema del encuentro con el mundo obrero y en Recife con los agricultores brasileños. Ha sido también actual dicha pregunta en los ambientes de los inmigrados brasileños de los diversos países de Europa o de Asia en Porto Alegre y en Curitiba. No ha sido menos actual para los constructores de la sociedad pluralista contemporánea en Salvador de Bahía, donde se siente más la presencia de los hombres de procedencia africana. También había que hacer la misma pregunta en la región más pobre de Brasil durante la breve permanencia en Teresina, así como en la cuenca de la Amazonia, en Belem y en Manaus.

Esa pregunta ha constituido el tema de los encuentros con los sacerdotes y con el mundo de los religiosos y de las religiosas, con los misioneros beneméritos. En torno al mismo tema se concentraron nuestras comunes reflexiones con todo el gran Episcopado brasileño, reunido en los diversos lugares según las regiones y sobre todo en Fortaleza en la sesión plenaria.

También ante los representantes de las autoridades he tratado de poner de relieve la importancia de esta pregunta, la cual afecta tanto a cada brasileño como a todo Brasil, sea a la Iglesia, sea al Estado.

5. En esa pregunta: "¿para donde vais?", se contiene, al mismo tiempo, el ferviente deseo de que aquella gran nación, que cuenta con el mayor número de católicos en el mundo, se encamine hacia su futuro en la dirección justa bajo todos los aspectos. Que se realice en ella la justicia cada vez más plena sobre el camino de la paz y también de las reformas indispensables y sistemáticas. Que aquella sociedad, aquellos hombres, aquellos queridos hijos e hijas de Brasil, que demuestran tanta serenidad, optimismo y sencillez, no tengan que sufrir las dolorosas pruebas y experiencias que en los últimos tiempos han azotado ya a algunas sociedades de aquella región del mundo: subversiones, revoluciones, derramamiento de sangre, amenaza a los derechos del hombre...

Esos son los deseos que de la peregrinación brasileña traigo al corazón de la Iglesia, a esta Sede de Pedro, la cual, uniendo a todos, desea palpitar con la vida de cada una de las Iglesias y de las naciones que miran hacia ella con amor y confianza.

¡Dios bendiga al Brasil!

Lo encomiendo a Cristo y a su Madre: María "Aparecida".


Saludos

(A los grupos de religiosas)

Soy feliz, ahora, de saludar a los grupos de religiosas, pertenecientes respectivamente a la congregación de las religiosas Dominicas de Santa Catalina de Sena, reunidas en estos días en Roma para su capítulo general especial, y a la congregación de las religiosas de la Inmaculada de Santa Clara, quienes celebran este año el segundo centenario de la fundación de su Instituto.

Carísimas hermanas, os doy las gracias por haber venido aquí a expresar vuestra fe en Dios y vuestra fidelidad a los compromisos adquiridos con la consagración a la vida religiosa y, al mismo tiempo, a dar testimonio de vuestra devota unión con el Sucesor de Pedro. Os digo simplemente: sabed aprovechar esta ocasión para realizar, en la oración y en la meditación, una verificación y, si es necesario, una rectificación de vuestra vida espiritual y de las actividades propias de vuestras congregaciones, mediante una nueva lectura atenta y fiel de vuestros estatutos y de vuestras reglas a la luz del Evangelio y de los principales documentos del Magisterio de la Iglesia. De tal manera, ciertamente, cada miembro de vuestras comunidades sentirá la alegría de volver a descubrir, como he dicho recientemente en Brasil, "la obligación de mantener la fidelidad a la vida comunitaria y contribuir para que ella sea lugar de encuentro fraternal, ambiente de ayuda recíproca y de consuelo espiritual" (Discurso a las religiosas de São Paulo).

Para confirmar estos votos, invoco sobre todas vosotras, por intercesión de Santa Catalina de Sena y de Santa Clara, abundantes gracias celestiales y os doy la propiciadora bendición apostólica.

Gustosamente dirijo unas palabras especiales de saludo a las participantes en el capítulo general de las religiosas de la Sagrada Familia de Nazaret. Estáis llamadas a considerar la mejor manera de promover la santidad de los miembros y su efectivo servicio a los otros, en plena fidelidad al espíritu y fines para los que fue creado vuestro instituto. Que Dios os asista en vuestra tarea y que os mantenga a todas vosotras fieles, fuertes y alegres.

(En italiano)

Dirijo un particular saludo a los participantes en el curso para la educación de los sordos con el método "Verbo-Tonal" y a los queridos niños sordos, presentes con ellos.

El Señor que, según el Evangelio, ha hecho que los sordos oyeran y los mudos hablaran (cf. Mc 7, 37), os asista y haga fecundo vuestro trabajo, así como yo, de todo corazón, os exhorto a cultivar cada vez mejor esa valiosa tarea, dándoos mi bendición.

También quiero saludar al grupo de oficiales de la Escuela de aplicación de Arma, de Turín.

Mientras os doy las gracias por vuestra presencia —que me trae a la memoria el más vivo recuerdo de la visita realizada en abril a aquella ciudad— auguro que vuestra preparación técnica, para la que asistís en estos días a un curso especial, deba ser empleada siempre para fines pacíficos y para el progreso civil de la sociedad. Con este augurio cordial, bendigo de buen grado a vosotros y a los vuestros.

(A los jóvenes)

Me dirijo ahora a los jóvenes presentes en esta audiencia y, de manera particular, a los 450 jóvenes del "Movimiento Gen 2", procedentes de toda Europa y de otros continentes para una reunión en el Centro Mariápolis de Rocca di Papa sobre el tema "La caridad como ideal".

Queridos jóvenes, aprovechad el período de las vacaciones para fortalecer vuestras energías, para vivir en contacto con la naturaleza y para explorar y admirar los magníficos espectáculos que ésta, criatura de Dios, ofrece a los ojos de quien la sabe mirar así. Pero sabed aprovechar este tiempo también para revisar vuestra vida, para meditar, sobre todo en los encuentros y convenios estivales, sobre los grandes ideales que inspiran nuestra vida cristiana, y para vivir en armonía con vosotros mismos y con la naturaleza que os rodea y os eleva hacia Dios; y en El sabed amaros realmente y competir en la estima (Rom 12, 10): así, particularmente vosotros, focolarinos, haréis realmente de la caridad vuestro ideal para la vida presente y para la futura.

Os asista en esta tarea mi especial bendición.

(A los enfermos)

Y ahora mi pensamiento a vosotros, queridos enfermos, sobre cuyos miembros ha sido depositada una cruz más pesada que la de los demás.

También para vosotros tomaré como ejemplo a Jesús, nuestro Maestro. Cuando El se acerca a los enfermos, o realiza para ellos sus milagros, hace una llamada siempre al elemento fundamental que determina las relaciones de los hombres con Dios: la fe. La busca, le da vigor, la crea; porque, sin ella su omnipotencia se detiene.

Mediante la fe, pues, la verdadera, la que se fía de Dios, la que cree en su bondad y adora sus designios, Cristo nos salva realmente y crea la tranquilidad en el mar siempre agitado del espíritu.

Que Dios os conceda, queridos hermanos, su benevolencia y, si responde a sus planes de amor, también la salud de los miembros.

(A los recién casados)

En vosotros, recién casados, por la gracia de Dios brilla el sol y la alegría como en los días de primavera; en la donación mutua habéis encontrado la felicidad a la que aspira el corazón humano. Se trata de atrapar esa felicidad que escapa ^con el tiempo y hacer de vuestra casa su domicilio.

Podréis hacerlo, aun en la miseria de las cosas humanas, si sabéis miraros el uno al otro como Jesús mira y ama a su Iglesia, y la Iglesia mira a Cristo, su esposo. El hogar donde reinan Dios, la religión, la honradez, es siempre el más acogedor y tranquilo.

Amaos, pues, y sed felices; bajo la mirada paterna de Dios.

(Llamamiento por Líbano)

Querría invitaros a decir una oración por nuestros hermanos de Líbano. Durante los días de mi viaje por Brasil, en aquella nación han tenido lugar nuevos enfrentamientos, particularmente fuertes y duros entre grupos políticos armados el uno contra el otro. Los asesinatos, los hechos de sangre han estallado repentinamente, provocando muchísimas víctimas, y han sido acompañados por graves atrocidades, algunas de las cuales, especialmente inhumanas.

El Patriarca de los Maronitas, Su Beatitud Antoine Pierre Khoraiche, ha dirigido una severa y fuerte llamada a los cristianos del país, invitándoles a abandonar los odios y las violencias y todo lo que repugna a la conciencia cristiana.

Hago mía y apoyo con todo el corazón la exhortación del Patriarca, rogando a todos nuestros hermanos de Líbano que vuelvan a pensamientos de tolerancia, de comprensión, de reconciliación y de paz, para colaborar juntos en bien del país y de toda la comunidad cristiana libanesa.

María Santísima, Nuestra Señora de Líbano, vele maternalmente sobre estos sus hijos y nuestros hermanos, y consiga para ellos la tan esperada reconciliación de los ánimos.

 



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