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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL 

Miércoles 3 de octubre de 2001

 

Viaje apostólico a Kazajstán y Armenia

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. Doy gracias al Señor que me concedió realizar felizmente, en los día pasados, el viaje apostólico a Kazajstán y Armenia. Ha sido una experiencia que ha dejado en mi corazón impresiones y emociones muy profundas.

Se ha tratado de una visita con dos dimensiones. En Kazajstán fue una visita pastoral a la comunidad católica, que vive en un país de población en su mayoría musulmana, y que hace diez años salió del duro y opresivo régimen soviético. En Armenia me dirigí como peregrino a rendir homenaje a una Iglesia muy antigua:  en efecto, el pueblo armenio está celebrando el XVII centenario de la fecha en que se hizo oficialmente cristiano. Y esta identidad la ha mantenido hasta hoy, a costa del martirio.

Renuevo la expresión de mi gratitud a los presidentes de las Repúblicas de Kazajstán y Armenia, que con su invitación me abrieron la puertas de sus nobles países. Les agradezco su cortesía y la cordialidad con que me han acogido.

Dirijo un saludo afectuoso y mi agradecimiento a los obispos y a los administradores apostólicos, a los sacerdotes y a las comunidades católicas. Asimismo, doy sinceramente las gracias a todos los que han contribuido al éxito de esta peregrinación apostólica, que desde hace tanto tiempo esperaba y para la que me preparé con la oración.

2. En Kazajstán el tema de la visita pastoral fue el mandamiento de Cristo:  "Amaos los unos a los otros". Resultó muy significativo llevar este mensaje a ese país, en el que conviven más de cien etnias diversas, que colaboran entre sí para construir un futuro mejor. La ciudad de Astana, donde se desarrolló mi visita, desde hace menos de cuatro años se ha convertido en la capital, y es símbolo de la reconstrucción del país.

En mis encuentros con las autoridades y con la gente percibí claramente la voluntad de superar un duro pasado, marcado por la opresión de la dignidad y de los derechos de la persona humana. En efecto, ¿quién podrá olvidar que a Kazajstán fueron deportadas cientos de miles de personas? ¿Quién podría olvidar que sus estepas han sido utilizadas para realizar experimentos nucleares? Por eso, en cuanto llegué, quise visitar el monumento dedicado a las víctimas del régimen totalitario, para subrayar la perspectiva desde la que conviene mirar hacia el futuro. Kazajstán, sociedad pluriétnica, ha rechazado el armamento atómico y desea trabajar en la construcción de una sociedad solidaria y pacífica. Recuerda simbólicamente esta exigencia el gran monumento a la "Madre Patria", que sirvió de telón de fondo a la santa misa del domingo 23 de septiembre.

La Iglesia, gracias a Dios, está renaciendo, sostenida también por una organización territorial renovada. He querido apoyar de cerca a esa comunidad y a sus pastores, comprometidos en una generosa y ardua labor misionera. Con gran emoción rendí homenaje, juntamente con ellos, a la memoria de los que entregaron su vida entre privaciones y persecuciones para llevar a Cristo a las poblaciones locales.

En la catedral de Astana, con los Ordinarios de los países de Asia central, con los sacerdotes, los religiosos, los seminaristas y los fieles que acudieron también de los Estados limítrofes, encomendé el Kazajstán a María santísima, Reina de la paz, título con que la veneran en el santuario nacional.

3. "Amaos los unos a los otros". Estas palabras de Cristo interpelan en primer lugar a los cristianos. Las dirigí ante todo a los católicos, exhortándolos a la comunión entre sí y con los hermanos ortodoxos, más numerosos. Además, los estimulé a colaborar con los musulmanes para fomentar el auténtico progreso de la sociedad. Desde ese país, en el que conviven pacíficamente seguidores de religiones diversas, reafirmé con fuerza que la religión nunca debe ser motivo de conflicto. Cristianos y musulmanes, juntamente con los creyentes de las demás religiones, están llamados a rechazar con energía la violencia, para construir una humanidad que ame la vida y que se desarrolle en la justicia y la solidaridad.

A los jóvenes kazajos les dirigí un mensaje de esperanza, recordándoles que Dios los ama personalmente. Con gran alegría escuché el eco fuerte y vibrante que tiene esta formidable verdad en su corazón. El encuentro con ellos se realizó en la Universidad, un ambiente que aprecio mucho, donde se desarrolla la cultura de un pueblo. Y precisamente con los representantes del mundo de la cultura, del arte y de la ciencia recordé el fundamento religioso de la libertad humana y la reciprocidad entre fe y razón, exhortándolos a conservar los valores espirituales de Kazajstán.

4. Terminada la visita a ese gran país centro-asiático, me dirigí como peregrino a Armenia, en el Cáucaso, para rendir homenaje a un pueblo que desde hace diecisiete siglos ha unido su historia al cristianismo. Por primera vez un Obispo de Roma ha pisado esa amada tierra, evangelizada, según la tradición, por los apóstoles Bartolomé y Tadeo, y que se hizo oficialmente cristiana en el año 301 por obra de san Gregorio el Iluminador.

Al año 303 se remonta la catedral de Echmiadzin, sede apostólica de la Iglesia armenia. La visité a mi llegada y antes de mi partida, como suelen hacer los peregrinos. En ella oré ante las tumbas de los Catholicós de todos los armenios, entre ellos Vasken I y Karekin I, artífices de las actuales relaciones cordiales entre las Iglesias armenia y católica. En nombre de esta amistad fraterna, Su Santidad Karekin II, con exquisita cortesía, quiso hospedarme en su residencia y me acompañó en todos los momentos de mi peregrinación.

5. En su larga historia, el pueblo armenio ha pagado a un precio muy alto la fidelidad a su identidad. Baste pensar en el tremendo exterminio de masas que sufrió en los primeros decenios del siglo XX. Como recuerdo perenne de las víctimas —cerca de un millón y medio en tres años— se ha erigido en la capital, Ereván, un solemne Memorial, donde, juntamente con el Catholicós de todos los armenios, elevé una intensa oración por todos los muertos y por la paz del mundo.

En la nueva catedral apostólica de Ereván, dedicada a san Gregorio el Iluminador y consagrada hace poco, tuvo lugar la solemne celebración ecuménica, con la veneración de la reliquia de ese santo, que le regalé a Karekin II el año pasado con ocasión de su visita a Roma. Este sagrado rito, juntamente con la Declaración común, constituyó un sello significativo del vínculo de caridad que une a las Iglesias católica y armenia. En un mundo desgarrado por conflictos y violencias es más necesario que nunca que los cristianos sean testigos de unidad y artífices de reconciliación y paz.

La santa misa en el nuevo "gran altar" al aire libre, en el jardín de la Sede apostólica de Echmiadzin, aun siguiendo el rito latino, se celebró "con los dos pulmones", con lecturas, oraciones y cantos en lengua armenia y con la presencia del Catholicós de todos los armenios. No encuentro palabras para expresar la íntima alegría de esos momentos, en los que se percibía la presencia espiritual de los numerosos mártires y confesores de la fe, que con su vida dieron testimonio del Evangelio. Es preciso honrar su memoria a fondo:  debemos obedecer con total docilidad a Cristo, que pide a sus discípulos que sean uno.

La última meta de mi viaje apostólico fue el monasterio de Khor Virab, que significa "pozo profundo". En efecto, allí, según la tradición, se encuentra el pozo de 40 metros en el que el rey Tirídates III mantuvo encerrado a san Gregorio el Iluminador por causa de su fe en Cristo, hasta que el santo, con sus oraciones, le alcanzó la gracia de una curación milagrosa, y el rey se convirtió y bautizó, juntamente con su familia y todo el pueblo. Allí me entregaron, como símbolo de la fe con que san Gregorio iluminó a los armenios, una antorcha, que he colocado solemnemente en la nueva capilla, inaugurada en la sala del Sínodo de los obispos. Esa luz arde en Armenia desde hace diecisiete siglos y arde en el mundo desde hace dos mil años. A los cristianos, amadísimos hermanos y hermanas, se nos pide que no la escondamos, sino que la alimentemos, para que ilumine los pasos de la humanidad por la senda de la verdad, del amor y de la paz.

 


Saludos 

Saludo con afecto a los fieles de lengua española, en especial al grupo de Legionarios de Cristo; a la tripulación de la fragata militar "Libertad", de Argentina; al coro de la catedral de la Almudena, de Madrid; y a la asociación "Armats del Vendrell", de Tarragona. A todos os deseo abundantes frutos espirituales de vuestra peregrinación a Roma.

(A los estudiantes y profesores de Eslovaquia)
Acaba de empezar el nuevo año escolar. En vuestros estudios no olvidéis a Jesucristo, maestro supremo de nuestra vida. Que la Madre de Dios, a la que invocamos con el título de "Sedes Sapientiae", os acompañe con su ayuda. Os bendigo de buen grado a vosotros y a vuestras familias.

(En italiano)
El luminoso ejemplo de san Francisco de Asís, de quien celebraremos mañana la memoria, os impulse a vosotros, queridos jóvenes, a proyectar el futuro con plena fidelidad al Evangelio; a vosotros, queridos enfermos, os ayude a afrontar el sufrimiento con valentía, hallando en Cristo crucificado serenidad y consuelo, y a vosotros, queridos recién casados, os lleve a un amor profundo a Dios y al amor mutuo, con la experiencia diaria de la alegría que brota de la donación recíproca, abierta a la vida.

 



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