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VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD LEÓN XIV
A TÜRKIYE Y AL LÍBANO
CON PEREGRINACIÓN A İZNIK (TÜRKIYE)
EN OCASIÓN DEL 1700.º ANIVERSARIO DEL PRIMER CONCILIO DE NICEA
(27 de noviembre - 2 de diciembre de 2025)

ENCUENTRO ECUMÉNICO E INTERRELIGIOSO

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Plaza de los Mártires (Beirut)
Lunes, 1 de diciembre de 2025

[Multimedia]

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Queridos hermanos y hermanas:

Me siento profundamente conmovido e inmensamente agradecido de estar hoy entre ustedes, en esta tierra bendita, una tierra exaltada por los profetas del Antiguo Testamento, que en sus imponentes cedros vieron emblemas del alma justa que florece bajo la mirada vigilante del cielo; una tierra donde el eco del Logos nunca ha enmudecido, sino que continúa llamando, de siglo en siglo, a aquellos que desean abrir sus corazones al Dios vivo.

En su Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Medio Oriente, firmada aquí en Beirut en 2012, el Papa Benedicto XVI enfatizó que «la vocación universal de la Iglesia exige que esté en diálogo con los miembros de otras religiones. En Oriente Medio, este diálogo se funda en los lazos espirituales e históricos que unen los cristianos a judíos y musulmanes. Este diálogo, que no obedece principalmente a consideraciones pragmáticas de orden político o social, se basa ante todo en los fundamentos teológicos que interpelan la fe» (n. 19). Queridos amigos, su presencia hoy aquí —en este lugar excepcional, en donde se yerguen uno junto al otro minaretes y campanarios de iglesias, ambos elevándose hacia el cielo— da testimonio de la fe inquebrantable de esta tierra y de la firme devoción de su pueblo al único Dios. Que en esta amada tierra, cada repique de campana, cada adhān, cada llamada a la oración se armonice en un único y grandioso himno, no sólo para glorificar al misericordioso Creador del cielo y de la tierra, sino también para elevar una sincera oración por el don divino de la paz.

Durante muchos años, y especialmente en los últimos tiempos, el mundo ha fijado su mirada en Oriente Medio, cuna de las religiones abrahámicas, observando el arduo camino y la incesante búsqueda del preciado don de la paz. A veces, la humanidad mira al Oriente Medio con inquietud y desaliento, ante conflictos tan complejos y prolongados. Sin embargo, en medio de estas luchas, se puede encontrar esperanza y aliento cuando nos centramos en lo que nos une: nuestra humanidad común y nuestra creencia en un Dios de amor y misericordia. En una época en la que la coexistencia puede parecer un sueño lejano, el pueblo libanés, aun abrazando diferentes religiones, se erige como un poderoso recordatorio de que el miedo, la desconfianza y los prejuicios no tienen la última palabra, y que la unidad, la reconciliación y la paz son posibles. Es una misión de esta amada tierra que se mantiene inalterada a lo largo de la historia: dar testimonio de la verdad imperecedera de que cristianos, musulmanes, drusos y muchos otros pueden vivir juntos y construir un país unido por el respeto y el diálogo.

Hace sesenta años, el Concilio Vaticano II, con la promulgación de la Declaración Nostra aetate, abrió un nuevo horizonte para el encuentro y el respeto mutuo entre católicos y personas de diferentes religiones, enfatizando que el verdadero diálogo y la colaboración están enraizados en el amor, único fundamento para la paz, la justicia y la reconciliación. Este diálogo, inspirado por el amor divino, debe abrazar a todas las personas de buena voluntad, rechazar los prejuicios, la discriminación y la persecución, y afirmar la igual dignidad de todo ser humano.

Aunque el ministerio público de Jesús se desarrolló principalmente en Galilea y Judea, los Evangelios relatan también episodios en los que visitó la región de la Decápolis, y más notablemente los alrededores de Tiro y Sidón, donde se encontró con la mujer sirofenicia, cuya fe inquebrantable lo impulsó a sanar a su hija (cf. Mc 7,24-30). Aquí, la tierra misma se convierte en algo más que un simple lugar de encuentro entre Jesús y una madre suplicante; se convierte en un sitio donde la humildad, la confianza y la perseverancia superan todas las barreras y se encuentran con el amor infinito de Dios que abraza cada corazón humano. De hecho, este es «el núcleo mismo del diálogo interreligioso: el descubrimiento de la presencia de Dios más allá de todas las fronteras y la invitación a buscarlo juntos con reverencia y humildad». [1] []

Si es verdad que el Líbano es famoso por sus majestuosos cedros, es también cierto que el olivo es una piedra angular de su patrimonio. El olivo no sólo adorna este espacio donde nos reunimos hoy, sino que también es venerado en los textos sagrados del cristianismo, el judaísmo y el islam, sirviendo como símbolo atemporal de reconciliación y paz. Su longevidad y su notable capacidad para florecer incluso en los entornos más hostiles, simbolizan la resistencia y la esperanza, reflejando el firme compromiso necesario para fomentar la coexistencia pacífica. De este árbol fluye aceite que sana, un bálsamo para las heridas físicas y espirituales, manifestando la infinita compasión de Dios por todos los que sufren. Su aceite también proporciona luz, recordándonos la llamada a iluminar nuestros corazones mediante la fe, la caridad y la humildad.

Así como las raíces de los cedros y los olivos se hunden profundamente y se extienden por toda la tierra, así también el pueblo libanés se encuentra disperso por el mundo, pero unido por la fuerza perdurable y la herencia eterna de su patria. Su presencia, aquí y en toda la tierra, enriquece el mundo con su herencia milenaria, pero también representa una vocación. En un mundo cada vez más interconectado, ustedes están llamados a ser constructores de paz: a enfrentarse a la intolerancia, a superar la violencia y a desterrar la exclusión; iluminando el camino hacia la justicia y la concordia para todos, a través del testimonio de su fe.

Queridos hermanos y hermanas, el 25 de marzo de cada año, que es celebrado como fiesta nacional en su país, ustedes se reúnen para venerar a María, Nuestra Señora del Líbano, honrada en su Santuario de Harissa, adornado con una impresionante estatua de la Virgen con los brazos abiertos, abrazando a todo el pueblo libanés.

Que este abrazo amoroso y maternal de la Virgen María, Madre de Jesús y Reina de la Paz, guíe a cada uno de ustedes, para que en su patria, en todo Oriente Medio y en el mundo entero, el don de la reconciliación y la convivencia pacífica brote como «manantial de agua viva, que fluye desde el Líbano» (cf. Ct 4,15), y puedan llevar esperanza y unidad a todos. Shukran!

 


[1] Catequesis con motivo del sexagésimo aniversario de la Declaración conciliar “Nostra aetate” (29 octubre 2025).