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se vuelve urgente. Los misioneros en esos con-
tinentes mencionan reiteradamente las crÃticas,
quejas y burlas que reciben debido al escándalo
de los cristianos divididos. Si nos concentramos
en las convicciones que nos unen y recordamos
el principio de la jerarquÃa de verdades, podre-
mos caminar decididamente hacia expresiones
comunes de anuncio, de servicio y de testimo-
nio. La inmensa multitud que no ha acogido el
anuncio de Jesucristo no puede dejarnos indife-
rentes. Por lo tanto, el empeño por una unidad
que facilite la acogida de Jesucristo deja de ser
mera diplomacia o cumplimiento forzado, para
convertirse en un camino ineludible de la evan-
gelización. Los signos de división entre los cris-
tianos en paÃses que ya están destrozados por la
violencia agregan más motivos de conflicto por
parte de quienes deberÃamos ser un atractivo fer-
mento de paz. ¡Son tantas y tan valiosas las cosas
que nos unen! Y si realmente creemos en la libre
y generosa acción del EspÃritu, ¡cuántas cosas po-
demos aprender unos de otros! No se trata sólo
de recibir información sobre los demás para co-
nocerlos mejor, sino de recoger lo que el EspÃritu
ha sembrado en ellos como un don también para
nosotros. Sólo para dar un ejemplo, en el diálogo
con los hermanos ortodoxos, los católicos tene-
mos la posibilidad de aprender algo más sobre
el sentido de la colegialidad episcopal y sobre su
experiencia de la sinodalidad. A través de un in-
tercambio de dones, el EspÃritu puede llevarnos
cada vez más a la verdad y al bien.