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     relación con la armoniosa totalidad del mensa- 
    
 
     
     je cristiano, y en ese contexto todas las verdades 
    
 
     
     tienen su importancia y se iluminan unas a otras. 
    
 
     
     Cuando la predicación es fiel al Evangelio, se 
    
 
     
     manifiesta con claridad la centralidad de algunas 
    
 
     
     verdades y queda claro que la predicación moral 
    
 
     
     cristiana no es una ética estoica, es más que una 
    
 
     
     ascesis, no es una mera filosofÃa práctica ni un 
    
 
     
     catálogo de pecados y errores. El Evangelio invi- 
    
 
     
     ta ante todo a responder al Dios amante que nos 
    
 
     
     salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de 
    
 
     
     nosotros mismos para buscar el bien de todos. 
    
 
     
     ¡Esa invitación en ninguna circunstancia se debe 
    
 
     
     ensombrecer! Todas las virtudes están al servi- 
    
 
     
     cio de esta respuesta de amor. Si esa invitación 
    
 
     
     no brilla con fuerza y atractivo, el edificio moral 
    
 
     
     de la Iglesia corre el riesgo de convertirse en un 
    
 
     
     castillo de naipes, y allà está nuestro peor peligro. 
    
 
     
     Porque no será propiamente el Evangelio lo que 
    
 
     
     se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o 
    
 
     
     morales que proceden de determinadas opciones 
    
 
     
     ideológicas. El mensaje correrá el riesgo de perder 
    
 
     
     su frescura y dejará de tener « olor a Evangelio ». 
    
 
     
     IV.âL 
    
 
     
     a misión que 
    
 
     
     se 
    
 
     
     encarna 
    
 
     
     en 
    
 
     
     los 
    
 
     
     lÃmites humanos 
    
 
     
     40.âLa Iglesia, que es discÃpula misionera, ne- 
    
 
     
     cesita crecer en su interpretación de la Palabra 
    
 
     
     revelada y en su comprensión de la verdad. La 
    
 
     
     tarea de los exégetas y de los teólogos ayuda a