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convicciones también tienen consecuencias pas-
torales que estamos llamados a considerar con
prudencia y audacia. A menudo nos comporta-
mos como controladores de la gracia y no como
facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es
la casa paterna donde hay lugar para cada uno
con su vida a cuestas.
48.âSi la Iglesia entera asume este dinamismo
misionero, debe llegar a todos, sin excepciones.
Pero ¿a quiénes deberÃa privilegiar? Cuando uno
lee el Evangelio, se encuentra con una orientación
contundente: no tanto a los amigos y vecinos ri-
cos sino sobre todo a los pobres y enfermos, a
esos que suelen ser despreciados y olvidados, a
aquellos que « no tienen con qué recompensarte »
(
Lc
14,14). No deben quedar dudas ni caben ex-
plicaciones que debiliten este mensaje tan claro.
Hoy y siempre, «âlos pobres son los destinatarios
privilegiados del Evangelio »,
52
y la evangeliza-
ción dirigida gratuitamente a ellos es signo del
Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir sin
vueltas que existe un vÃnculo inseparable entre
nuestra fe y los pobres. Nunca los dejemos solos.
49.âSalgamos, salgamos a ofrecer a todos la
vida de Jesucristo. Repito aquà para toda la Iglesia
lo que muchas veces he dicho a los sacerdotes y
laicos de Buenos Aires: prefiero una Iglesia ac-
52
âB
enedicto
XVI,
Discurso durante el encuentro con el Episco-
pado brasileño en la Catedral de San Pablo, Brasil
(11 mayo 2007), 3:
AAS
99 (2007), 428.