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corazón al horizonte cerrado de su inmanencia
y sus intereses y, como consecuencia de esto, no
aprende de sus pecados ni está auténticamente
abierto al perdón. Es una tremenda corrupción
con apariencia de bien. Hay que evitarla ponien-
do a la Iglesia en movimiento de salida de sÃ, de
misión centrada en Jesucristo, de entrega a los
pobres. ¡Dios nos libre de una Iglesia mundana
bajo ropajes espirituales o pastorales! Esta mun-
danidad asfixiante se sana tomándole el gusto al
aire puro del EspÃritu Santo, que nos libera de
estar centrados en nosotros mismos, escondidos
en una apariencia religiosa vacÃa de Dios. ¡No nos
dejemos robar el Evangelio!
No a la guerra entre nosotros
98.âDentro del Pueblo de Dios y en las dis-
tintas comunidades, ¡cuántas guerras! En el ba-
rrio, en el puesto de trabajo, ¡cuántas guerras
por envidias y celos, también entre cristianos!
La mundanidad espiritual lleva a algunos cristia-
nos a estar en guerra con otros cristianos que se
interponen en su búsqueda de poder, prestigio,
placer o seguridad económica. Además, algunos
dejan de vivir una pertenencia cordial a la Iglesia
por alimentar un espÃritu de «âinternas ». Más que
pertenecer a la Iglesia toda, con su rica diversi-
dad, pertenecen a tal o cual grupo que se siente
diferente o especial.
99.âEl mundo está lacerado por las guerras y
la violencia, o herido por un difuso individualis-