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narcisista y autoritario, donde en lugar de evan-
gelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los
demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia
se gastan las energÃas en controlar. En los dos
casos, ni Jesucristo ni los demás interesan verda-
deramente. Son manifestaciones de un inmanen-
tismo antropocéntrico. No es posible imaginar
que de estas formas desvirtuadas de cristianismo
pueda brotar un auténtico dinamismo evangeli-
zador.
95.âEsta oscura mundanidad se manifiesta en
muchas actitudes aparentemente opuestas pero
con la misma pretensión de « dominar el espacio
de la Iglesia ». En algunos hay un cuidado osten-
toso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de
la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio
tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios
y en las necesidades concretas de la historia. AsÃ,
la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de
museo o en una posesión de pocos. En otros,
la misma mundanidad espiritual se esconde de-
trás de una fascinación por mostrar conquistas
sociales y polÃticas, o en una vanagloria ligada a
la gestión de asuntos prácticos, o en un embeleso
por las dinámicas de autoayuda y de realización
autorreferencial. También puede traducirse en
diversas formas de mostrarse a sà mismo en una
densa vida social llena de salidas, reuniones, ce-
nas, recepciones. O bien se despliega en un fun-
cionalismo empresarial, cargado de estadÃsticas,
planificaciones y evaluaciones, donde el princi-
pal beneficiario no es el Pueblo de Dios sino la