77 
    
 
     
     narcisista y autoritario, donde en lugar de evan- 
    
 
     
     gelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los 
    
 
     
     demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia 
    
 
     
     se gastan las energÃas en controlar. En los dos 
    
 
     
     casos, ni Jesucristo ni los demás interesan verda- 
    
 
     
     deramente. Son manifestaciones de un inmanen- 
    
 
     
     tismo antropocéntrico. No es posible imaginar 
    
 
     
     que de estas formas desvirtuadas de cristianismo 
    
 
     
     pueda brotar un auténtico dinamismo evangeli- 
    
 
     
     zador. 
    
 
     
     95.âEsta oscura mundanidad se manifiesta en 
    
 
     
     muchas actitudes aparentemente opuestas pero 
    
 
     
     con la misma pretensión de « dominar el espacio 
    
 
     
     de la Iglesia ». En algunos hay un cuidado osten- 
    
 
     
     toso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de 
    
 
     
     la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio 
    
 
     
     tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios 
    
 
     
     y en las necesidades concretas de la historia. AsÃ, 
    
 
     
     la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de 
    
 
     
     museo o en una posesión de pocos. En otros, 
    
 
     
     la misma mundanidad espiritual se esconde de- 
    
 
     
     trás de una fascinación por mostrar conquistas 
    
 
     
     sociales y polÃticas, o en una vanagloria ligada a 
    
 
     
     la gestión de asuntos prácticos, o en un embeleso 
    
 
     
     por las dinámicas de autoayuda y de realización 
    
 
     
     autorreferencial. También puede traducirse en 
    
 
     
     diversas formas de mostrarse a sà mismo en una 
    
 
     
     densa vida social llena de salidas, reuniones, ce- 
    
 
     
     nas, recepciones. O bien se despliega en un fun- 
    
 
     
     cionalismo empresarial, cargado de estadÃsticas, 
    
 
     
     planificaciones y evaluaciones, donde el princi- 
    
 
     
     pal beneficiario no es el Pueblo de Dios sino la