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rrolla la psicologÃa de la tumba, que poco a poco
convierte a los cristianos en momias de museo.
Desilusionados con la realidad, con la Iglesia o
consigo mismos, viven la constante tentación de
apegarse a una tristeza dulzona, sin esperanza,
que se apodera del corazón como « el más pre-
ciado de los elixires del demonio ».
64
Llamados a
iluminar y a comunicar vida, finalmente se dejan
cautivar por cosas que sólo generan oscuridad y
cansancio interior, y que apolillan el dinamismo
apostólico. Por todo esto, me permito insistir:
¡No nos dejemos robar la alegrÃa evangelizadora!
No al pesimismo estéril
84.âLa alegrÃa del Evangelio es esa que nada ni
nadie nos podrá quitar (cf.
Jn
16,22). Los males
de nuestro mundo ây los de la Iglesiaâ no de-
berÃan ser excusas para reducir nuestra entrega y
nuestro fervor. Mirémoslos como desafÃos para
crecer. Además, la mirada creyente es capaz de
reconocer la luz que siempre derrama el EspÃritu
Santo en medio de la oscuridad, sin olvidar que
« donde abundó el pecado sobreabundó la gra-
cia » (
Rm
5,20). Nuestra fe es desafiada a vislum-
brar el vino en que puede convertirse el agua y a
descubrir el trigo que crece en medio de la cizaña.
A cincuenta años del Concilio Vaticano II, aun-
del
E
piscopado
latinoamericano
y
del
C
aribe
,
Documento de
Aparecida
(29 junio 2007), 12.
64
âG. B
ernanos
,
Journal dâun curé de campagne
, Paris 1974,
135.