72
traducirán en más posibilidades de encuentro y
de solidaridad entre todos. Si pudiéramos seguir
ese camino, ¡serÃa algo tan bueno, tan sanador,
tan liberador, tan esperanzador! Salir de sà mis-
mo para unirse a otros hace bien. Encerrarse en
sà mismo es probar el amargo veneno de la in-
manencia, y la humanidad saldrá perdiendo con
cada opción egoÃsta que hagamos.
88.âEl ideal cristiano siempre invitará a superar
la sospecha, la desconfianza permanente, el te-
mor a ser invadidos, las actitudes defensivas que
nos impone el mundo actual. Muchos tratan de
escapar de los demás hacia la privacidad cómoda
o hacia el reducido cÃrculo de los más Ãntimos, y
renuncian al realismo de la dimensión social del
Evangelio. Porque, asà como algunos quisieran
un Cristo puramente espiritual, sin carne y sin
cruz, también se pretenden relaciones interper-
sonales sólo mediadas por aparatos sofisticados,
por pantallas y sistemas que se puedan encender
y apagar a voluntad. Mientras tanto, el Evangelio
nos invita siempre a correr el riesgo del encuen-
tro con el rostro del otro, con su presencia fÃsica
que interpela, con su dolor y sus reclamos, con
su alegrÃa que contagia en un constante cuerpo a
cuerpo. La verdadera fe en el Hijo de Dios hecho
carne es inseparable del don de sÃ, de la pertenen-
cia a la comunidad, del servicio, de la reconcilia-
ción con la carne de los otros. El Hijo de Dios,
en su encarnación, nos invitó a la revolución de
la ternura.