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sólidas convicciones doctrinales y espirituales
suelen caer en un estilo de vida que los lleva a
aferrarse a seguridades económicas, o a espacios
de poder y de gloria humana que se procuran por
cualquier medio, en lugar de dar la vida por los
demás en la misión. ¡No nos dejemos robar el
entusiasmo misionero!
No a la acedia egoÃsta
81.âCuando más necesitamos un dinamismo
misionero que lleve sal y luz al mundo, muchos
laicos sienten el temor de que alguien les invite a
realizar alguna tarea apostólica, y tratan de esca-
par de cualquier compromiso que les pueda qui-
tar su tiempo libre. Hoy se ha vuelto muy difÃcil,
por ejemplo, conseguir catequistas capacitados
para las parroquias y que perseveren en la tarea
durante varios años. Pero algo semejante sucede
con los sacerdotes, que cuidan con obsesión su
tiempo personal. Esto frecuentemente se debe a
que las personas necesitan imperiosamente pre-
servar sus espacios de autonomÃa, como si una
tarea evangelizadora fuera un veneno peligroso y
no una alegre respuesta al amor de Dios que nos
convoca a la misión y nos vuelve plenos y fecun-
dos. Algunos se resisten a probar hasta el fondo
el gusto de la misión y quedan sumidos en una
acedia paralizante.
82.âEl problema no es siempre el exceso de
actividades, sino sobre todo las actividades mal
vividas, sin las motivaciones adecuadas, sin una