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confiar perdió de antemano la mitad de la bata-
lla y entierra sus talentos. Aun con la dolorosa
conciencia de las propias fragilidades, hay que
seguir adelante sin declararse vencidos, y recor-
dar lo que el Señor dijo a san Pablo: « Te bas-
ta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en
la debilidad » (
2 Co
12,9). El triunfo cristiano es
siempre una cruz, pero una cruz que al mismo
tiempo es bandera de victoria, que se lleva con
una ternura combativa ante los embates del mal.
El mal espÃritu de la derrota es hermano de la
tentación de separar antes de tiempo el trigo de
la cizaña, producto de una desconfianza ansiosa
y egocéntrica.
86.âEs cierto que en algunos lugares se produjo
una « desertificación » espiritual, fruto del pro-
yecto de sociedades que quieren construirse sin
Dios o que destruyen sus raÃces cristianas. AllÃ
« el mundo cristiano se está haciendo estéril, y
se agota como una tierra sobreexplotada, que se
convierte en arena ».
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En otros paÃses, la resis-
tencia violenta al cristianismo obliga a los cris-
tianos a vivir su fe casi a escondidas en el paÃs
que aman. Ãsta es otra forma muy dolorosa de
desierto. También la propia familia o el propio
lugar de trabajo puede ser ese ambiente árido
donde hay que conservar la fe y tratar de irradiar-
la. Pero « precisamente a partir de la experiencia
de este desierto, de este vacÃo, es como podemos
66
âJ. H. N
ewman
,
Letter of 26 January 1833,
en
The Letters
and Diaries of John Henry Newman
, III, Oxford 1979, 204.