96
la vida de la Iglesia se expresen en formas legÃ-
timas adecuadas a cada cultura ».
94
No podemos
pretender que los pueblos de todos los continen-
tes, al expresar la fe cristiana, imiten los modos
que encontraron los pueblos europeos en un de-
terminado momento de la historia, porque la fe
no puede encerrarse dentro de los confines de la
comprensión y de la expresión de una cultura.
95
Es indiscutible que una sola cultura no agota el
misterio de la redención de Cristo.
Todos somos discÃpulos misioneros
119.âEn todos los bautizados, desde el primero
hasta el último, actúa la fuerza santificadora del
EspÃritu que impulsa a evangelizar. El Pueblo de
Dios es santo por esta unción que lo hace
infalible
«âin credendo ».
Esto significa que cuando cree no
se equivoca, aunque no encuentre palabras para
explicar su fe. El EspÃritu lo guÃa en la verdad
y lo conduce a la salvación.
96
Como parte de su
misterio de amor hacia la humanidad, Dios dota
a la totalidad de los fieles de un
instinto de la fe
âel
sensus fidei
â
que los ayuda a discernir lo que vie-
ne realmente de Dios. La presencia del EspÃritu
otorga a los cristianos una cierta connaturalidad
con las realidades divinas y una sabidurÃa que los
94
âJ
uan
P
ablo
II, Exhort. ap. postsinodal
Ecclesia in Ocea-
nia
(22 noviembre 2001), 17:
AAS
94 (2002), 385.
95
âCf. J
uan
P
ablo
II, Exhort. ap. postsinodal
Ecclesia in
Asia
(6 noviembre 1999), 20:
AAS
92 (2000), 478-482.
96
âCf. C
onc
. E
cum
. V
at
. II, Const. dogm.
Lumen gentium
,
sobre la Iglesia, 12.