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que su situación queda en la presencia de Dios,
y reconocerá que la Palabra de Dios realmente le
habla a su propia existencia.
129.â No hay que pensar que el anuncio evan-
gélico deba transmitirse siempre con determina-
das fórmulas aprendidas, o con palabras precisas
que expresen un contenido absolutamente inva-
riable. Se transmite de formas tan diversas que
serÃa imposible describirlas o catalogarlas, donde
el Pueblo de Dios, con sus innumerables gestos
y signos, es sujeto colectivo. Por consiguiente, si
el Evangelio se ha encarnado en una cultura, ya
no se comunica sólo a través del anuncio perso-
na a persona. Esto debe hacernos pensar que, en
aquellos paÃses donde el cristianismo es minorÃa,
además de alentar a cada bautizado a anunciar el
Evangelio, las Iglesias particulares deben fomen-
tar activamente formas, al menos incipientes, de
inculturación. Lo que debe procurarse, en defini-
tiva, es que la predicación del Evangelio, expresa-
da con categorÃas propias de la cultura donde es
anunciado, provoque una nueva sÃntesis con esa
cultura. Aunque estos procesos son siempre len-
tos, a veces el miedo nos paraliza demasiado. Si
dejamos que las dudas y temores sofoquen toda
audacia, es posible que, en lugar de ser creativos,
simplemente nos quedemos cómodos y no pro-
voquemos avance alguno y, en ese caso, no sere-
mos partÃcipes de procesos históricos con nues-
tra cooperación, sino simplemente espectadores
de un estancamiento infecundo de la Iglesia.