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su hijo, escucha sus inquietudes y aprende de él.
El espÃritu de amor que reina en una familia guÃa
tanto a la madre como al hijo en sus diálogos,
donde se enseña y aprende, se corrige y se valora
lo bueno; asà también ocurre en la homilÃa. El
EspÃritu, que inspiró los Evangelios y que actúa
en el Pueblo de Dios, inspira también cómo hay
que escuchar la fe del pueblo y cómo hay que
predicar en cada EucaristÃa. La prédica cristiana,
por tanto, encuentra en el corazón cultural del
pueblo una fuente de agua viva para saber lo que
tiene que decir y para encontrar el modo como
tiene que decirlo. Asà como a todos nos gusta
que se nos hable en nuestra lengua materna, asÃ
también en la fe nos gusta que se nos hable en
clave de « cultura materna », en clave de dialecto
materno (cf.
2 M
7,21.27), y el corazón se dispo-
ne a escuchar mejor. Esta lengua es un tono que
transmite ánimo, aliento, fuerza, impulso.
140.âEste ámbito materno-eclesial en el que
se desarrolla el diálogo del Señor con su pueblo
debe favorecerse y cultivarse mediante la cercanÃa
cordial del predicador, la calidez de su tono de
voz, la mansedumbre del estilo de sus frases, la
alegrÃa de sus gestos. Aun las veces que la homilÃa
resulte algo aburrida, si está presente este espÃritu
materno-eclesial, siempre será fecunda, asà como
los aburridos consejos de una madre dan fruto
con el tiempo en el corazón de los hijos.
141.âUno se admira de los recursos que tenÃa el
Señor para dialogar con su pueblo, para revelar