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151.âNo se nos pide que seamos inmaculados,
pero sà que estemos siempre en crecimiento, que
vivamos el deseo profundo de crecer en el cami-
no del Evangelio, y no bajemos los brazos. Lo
indispensable es que el predicador tenga la se-
guridad de que Dios lo ama, de que Jesucristo
lo ha salvado, de que su amor tiene siempre la
última palabra. Ante tanta belleza, muchas veces
sentirá que su vida no le da gloria plenamente y
deseará sinceramente responder mejor a un amor
tan grande. Pero si no se detiene a escuchar esa
Palabra con apertura sincera, si no deja que toque
su propia vida, que le reclame, que lo exhorte,
que lo movilice, si no dedica un tiempo para orar
con esa Palabra, entonces sà será un falso profeta,
un estafador o un charlatán vacÃo. En todo caso,
desde el reconocimiento de su pobreza y con el
deseo de comprometerse más, siempre podrá en-
tregar a Jesucristo, diciendo como Pedro: «No
tengo plata ni oro, pero lo que tengo te lo doy »
(
Hch
3,6). El Señor quiere usarnos como seres
vivos, libres y creativos, que se dejan penetrar por
su Palabra antes de transmitirla; su mensaje debe
pasar realmente a través del predicador, pero no
sólo por su razón, sino tomando posesión de
todo su ser. El EspÃritu Santo, que inspiró la Pala-
bra, es quien « hoy, igual que en los comienzos de
la Iglesia, actúa en cada evangelizador que se deja
poseer y conducir por Ãl, y pone en sus labios las
palabras que por sà solo no podrÃa hallar ».
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IbÃd
., 75:
AAS
68 (1976), 65.