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simplemente sentirse molesto o abrumado y ce-
rrarse; otra tentación muy común es comenzar
a pensar lo que el texto dice a otros, para evitar
aplicarlo a la propia vida. También sucede que
uno comienza a buscar excusas que le permitan
diluir el mensaje especÃfico de un texto. Otras ve-
ces pensamos que Dios nos exige una decisión
demasiado grande, que no estamos todavÃa en
condiciones de tomar. Esto lleva a muchas per-
sonas a perder el gozo en su encuentro con la
Palabra, pero serÃa olvidar que nadie es más pa-
ciente que el Padre Dios, que nadie comprende
y espera como Ãl. Invita siempre a dar un paso
más, pero no exige una respuesta plena si todavÃa
no hemos recorrido el camino que la hace posi-
ble. Simplemente quiere que miremos con sin-
ceridad la propia existencia y la presentemos sin
mentiras ante sus ojos, que estemos dispuestos
a seguir creciendo, y que le pidamos a Ãl lo que
todavÃa no podemos lograr.
Un oÃdo en el pueblo
154.âEl predicador necesita también poner un
oÃdo
en el pueblo
,
para descubrir lo que los fieles
necesitan escuchar. Un predicador es un con-
templativo de la Palabra y también un contem-
plativo del pueblo. De esa manera, descubre «âlas
aspiraciones, las riquezas y los lÃmites, las ma-
neras de orar, de amar, de considerar la vida y
el mundo, que distinguen a tal o cual conjunto
humano », prestando atención « al pueblo
concreto