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se trata de verdades abstractas o de frÃos silogis-
mos, porque se comunica también la belleza de
las imágenes que el Señor utilizaba para estimular
a la práctica del bien. La memoria del pueblo fiel,
como la de MarÃa, debe quedar rebosante de las
maravillas de Dios. Su corazón, esperanzado en
la práctica alegre y posible del amor que se le co-
municó, siente que toda palabra en la Escritura es
primero don antes que exigencia.
143.âEl desafÃo de una prédica inculturada está
en evangelizar la sÃntesis, no ideas o valores suel-
tos. Donde está tu sÃntesis, allà está tu corazón.
La diferencia entre iluminar el lugar de sÃntesis e
iluminar ideas sueltas es la misma que hay entre
el aburrimiento y el ardor del corazón. El predi-
cador tiene la hermosÃsima y difÃcil misión de au-
nar los corazones que se aman, el del Señor y los
de su pueblo. El diálogo entre Dios y su pueblo
afianza más la alianza entre ambos y estrecha el
vÃnculo de la caridad. Durante el tiempo que dura
la homilÃa, los corazones de los creyentes hacen
silencio y lo dejan hablar a Ãl. El Señor y su pue-
blo se hablan de mil maneras directamente, sin
intermediarios. Pero en la homilÃa quieren que
alguien haga de instrumento y exprese los sen-
timientos, de manera tal que después cada uno
elija por dónde sigue su conversación. La palabra
es esencialmente mediadora y requiere no sólo de
los dos que dialogan sino de un predicador que
la represente como tal, convencido de que « no
nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cris-