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palabra, los Apóstoles, a los que instituyó « para
que estuvieran con Ãl, y para enviarlos a predi-
car » (
Mc
3,14), atrajeron al seno de la Iglesia a
todos los pueblos (cf.
Mc
16,15.20).
El contexto litúrgico
137.âCabe recordar ahora que «âla proclama-
ción litúrgica de la Palabra de Dios, sobre todo
en el contexto de la asamblea eucarÃstica, no es
tanto un momento de meditación y de cateque-
sis, sino que es el diálogo de Dios con su pue-
blo, en el cual son proclamadas las maravillas de
la salvación y propuestas siempre de nuevo las
exigencias de la alianza ».
112
Hay una valoración
especial de la homilÃa que proviene de su contex-
to eucarÃstico, que supera a toda catequesis por
ser el momento más alto del diálogo entre Dios
y su pueblo, antes de la comunión sacramental.
La homilÃa es un retomar ese diálogo que ya está
entablado entre el Señor y su pueblo. El que pre-
dica debe reconocer el corazón de su comunidad
para buscar dónde está vivo y ardiente el deseo
de Dios, y también dónde ese diálogo, que era
amoroso, fue sofocado o no pudo dar fruto.
138.âLa homilÃa no puede ser un espectáculo
entretenido, no responde a la lógica de los recur-
sos mediáticos, pero debe darle el fervor y el sen-
tido a la celebración. Es un género peculiar, ya
112
âJ
uan
P
ablo
II, Carta ap.
Dies Domini
(31 mayo 1998),
41:
AAS
90 (1998), 738-739.