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3,5). Tenemos que darle a nuestro caminar el rit-
mo sanador de projimidad, con una mirada res-
petuosa y llena de compasión pero que al mismo
tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida
cristiana.
170.âAunque suene obvio, el acompañamiento
espiritual debe llevar más y más a Dios, en quien
podemos alcanzar la verdadera libertad. Algu-
nos se creen libres cuando caminan al margen de
Dios, sin advertir que se quedan existencialmente
huérfanos, desamparados, sin un hogar donde re-
tornar siempre. Dejan de ser peregrinos y se con-
vierten en errantes, que giran siempre en torno a
sà mismos sin llegar a ninguna parte. El acompa-
ñamiento serÃa contraproducente si se convirtie-
ra en una suerte de terapia que fomente este en-
cierro de las personas en su inmanencia y deje de
ser una peregrinación con Cristo hacia el Padre.
171.âMás que nunca necesitamos de hombres y
mujeres que, desde su experiencia de acompaña-
miento, conozcan los procesos donde campea la
prudencia, la capacidad de comprensión, el arte
de esperar, la docilidad al EspÃritu, para cuidar
entre todos a las ovejas que se nos confÃan de
los lobos que intentan disgregar el rebaño. Ne-
cesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que
es más que oÃr. Lo primero, en la comunicación
con el otro, es la capacidad del corazón que hace
posible la proximidad, sin la cual no existe un
verdadero encuentro espiritual. La escucha nos