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     los evangelizadores, pero que se han vuelto parti- 
    
 
     
     cularmente atractivos para otros. 
    
 
     
     168.âEn lo que se refiere a la propuesta moral 
    
 
     
     de la catequesis, que invita a crecer en fidelidad 
    
 
     
     al estilo de vida del Evangelio, conviene mani- 
    
 
     
     festar siempre el bien deseable, la propuesta de 
    
 
     
     vida, de madurez, de realización, de fecundidad, 
    
 
     
     bajo cuya luz puede comprenderse nuestra de- 
    
 
     
     nuncia de los males que pueden oscurecerla. Más 
    
 
     
     que como expertos en diagnósticos apocalÃpti- 
    
 
     
     cos u oscuros jueces que se ufanan en detectar 
    
 
     
     todo peligro o desviación, es bueno que puedan 
    
 
     
     vernos como alegres mensajeros de propuestas 
    
 
     
     superadoras, custodios del bien y la belleza que 
    
 
     
     resplandecen en una vida fiel al Evangelio. 
    
 
     
      El acompañamiento personal de los procesos de crecimiento  
    
 
     
     169.âEn una civilización paradójicamente heri- 
    
 
     
     da de anonimato y, a la vez obsesionada por los 
    
 
     
     detalles de la vida de los demás, impudorosamen- 
    
 
     
     te enferma de curiosidad malsana, la Iglesia nece- 
    
 
     
     sita la mirada cercana para contemplar, conmo- 
    
 
     
     verse y detenerse ante el otro cuantas veces sea 
    
 
     
     necesario. En este mundo los ministros ordena- 
    
 
     
     dos y los demás agentes pastorales pueden hacer 
    
 
     
     presente la fragancia de la presencia cercana de 
    
 
     
     Jesús y su mirada personal. La Iglesia tendrá que 
    
 
     
     iniciar a sus hermanos âsacerdotes, religiosos 
    
 
     
     y laicosâ en este « arte del acompañamiento », 
    
 
     
     para que todos aprendan siempre a quitarse las 
    
 
     
     sandalias ante la tierra sagrada del otro (cf. 
    
 
     
      Ex