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blo perdido en la periferia de un gran imperio.
El Salvador nació en un pesebre, entre animales,
como lo hacÃan los hijos de los más pobres; fue
presentado en el Templo junto con dos picho-
nes, la ofrenda de quienes no podÃan permitirse
pagar un cordero (cf.
Lc
2,24;
Lv
5,7); creció en
un hogar de sencillos trabajadores y trabajó con
sus manos para ganarse el pan. Cuando comen-
zó a anunciar el Reino, lo seguÃan multitudes de
desposeÃdos, y asà manifestó lo que Ãl mismo
dijo: «El EspÃritu del Señor está sobre mÃ, porque
me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el
Evangelio a los pobres » (
Lc
4,18). A los que es-
taban cargados de dolor, agobiados de pobreza,
les aseguró que Dios los tenÃa en el centro de su
corazón: «â¡Felices vosotros, los pobres, porque
el Reino de Dios os pertenece! » (
Lc
6,20); con
ellos se identificó: « Tuve hambre y me disteis de
comer », y enseñó que la misericordia hacia ellos
es la llave del cielo (cf.
Mt
25,35s).
198.âPara la Iglesia la opción por los pobres es
una categorÃa teológica antes que cultural, socio-
lógica, polÃtica o filosófica. Dios les otorga « su
primera misericordia ».
163
Esta preferencia di-
vina tiene consecuencias en la vida de fe de to-
dos los cristianos, llamados a tener «âlos mismos
sentimientos de Jesucristo » (
Flp
2,5). Inspirada
en ella, la Iglesia hizo una
opción por los pobres
en-
163
âJ
uan
P
ablo
II,
HomilÃa durante la Misa para la evangeli-
zación de los pueblos en Santo Domingo
(11 octubre 1984), 5:
AAS
77 (1985), 358.