158
una verdadera preocupación por su persona, a
partir de la cual deseo buscar efectivamente su
bien. Esto implica valorar al pobre en su bondad
propia, con su forma de ser, con su cultura, con
su modo de vivir la fe. El verdadero amor siem-
pre es contemplativo, nos permite servir al otro
no por necesidad o por vanidad, sino porque él
es bello, más allá de su apariencia: «Del amor por
el cual a uno le es grata la otra persona depen-
de que le dé algo gratis ».
167
El pobre, cuando es
amado, « es estimado como de alto valor »,
168
y
esto diferencia la auténtica opción por los pobres
de cualquier ideologÃa, de cualquier intento de
utilizar a los pobres al servicio de intereses per-
sonales o polÃticos. Sólo desde esta cercanÃa real
y cordial podemos acompañarlos adecuadamen-
te en su camino de liberación. Ãnicamente esto
hará posible que «âlos pobres, en cada comunidad
cristiana, se sientan como en su casa. ¿No serÃa
este estilo la más grande y eficaz presentación
de la Buena Nueva del Reino? ».
169
Sin la opción
preferencial por los más pobres, « el anuncio del
Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre
el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en
el mar de palabras al que la actual sociedad de la
comunicación nos somete cada dÃa ».
170
167
IbÃd
., I-II, q. 110, art. 1.
168
IbÃd.
, I-II, q. 26, art. 3
169
âJ
uan
P
ablo
II, Carta ap.
Novo Millennio ineunte
(6 enero
2001), 50:
AAS
93 (2001), 303.
170
IbÃd.