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CAPÃÂTULO TERCERO
TRANSMITO LO QUE HE RECIBIDO
(cf.
1 C
o
15,3)
La Iglesia, madre de nuestra fe
37.âÂÂQuien se ha abierto al amor de Dios, ha
escuchado su voz y ha recibido su luz, no pue-
de retener este don para sÃ. La fe, puesto que es
escucha y visión, se transmite también como pa-
labra y luz. El apóstol Pablo, hablando a los Co-
rintios, usa precisamente estas dos imágenes. Por
una parte dice: « Pero teniendo el mismo espÃritu
de fe, según lo que está escrito:
CreÃ, por eso hablé,
también nosotros creemos y por eso hablamos »
(
2 Co
4,13). La palabra recibida se convierte en
respuesta, confesión y, de este modo, resuena
para los otros, invitándolos a creer. Por otra par-
te, san Pablo se refiere también a la luz: « Refle-
jamos la gloria del Señor y nos vamos transfor-
mando en su imagen » (
2 Co
3,18). Es una luz que
se refleja de rostro en rostro, como Moisés refle-
jaba la gloria de Dios después de haber hablado
con él: « [Dios] ha brillado en nuestros corazones,
para que resplandezca el conocimiento de la glo-
ria de Dios reflejada en el rostro de Cristo » (
2 Co
4,6). La luz de Cristo brilla como en un espejo
en el rostro de los cristianos, y asà se difunde y
llega hasta nosotros, de modo que también noso-
tros podamos participar en esta visión y reflejar
a otros su luz, igual que en la liturgia pascual la