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luz del cirio enciende otras muchas velas. La fe se
transmite, por asà decirlo, por contacto, de per-
sona a persona, como una llama enciende otra
llama. Los cristianos, en su pobreza, plantan una
semilla tan fecunda, que se convierte en un gran
árbol que es capaz de llenar el mundo de frutos.
38.âÂÂLa transmisión de la fe, que brilla para to-
dos los hombres en todo lugar, pasa también por
las coordenadas temporales, de generación en ge-
neración. Puesto que la fe nace de un encuentro
que se produce en la historia e ilumina el camino
a lo largo del tiempo, tiene necesidad de transmi-
tirse a través de los siglos. Y mediante una cadena
ininterrumpida de testimonios llega a nosotros el
rostro de Jesús. ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo
podemos estar seguros de llegar al « verdadero Je-
sús » a través de los siglos? Si el hombre fuese un
individuo aislado, si partiésemos solamente del
« yo » individual, que busca en sà mismo la segu-
ridad del conocimiento, esta certeza serÃa impo-
sible. No puedo ver por mà mismo lo que ha su-
cedido en una época tan distante de la mÃa. Pero
ésta no es la única manera que tiene el hombre
de conocer. La persona vive siempre en relación.
Proviene de otros, pertenece a otros, su vida se
ensancha en el encuentro con otros. Incluso el
conocimiento de sÃ, la misma autoconciencia, es
relacional y está vinculada a otros que nos han
precedido: en primer lugar nuestros padres, que
nos han dado la vida y el nombre. El lenguaje
mismo, las palabras con que interpretamos nues-