47
y la consumación de la historia.
31
No hay nin-
guna experiencia humana, ningún itinerario del
hombre hacia Dios, que no pueda ser integrado,
iluminado y purificado por esta luz. Cuanto más
se sumerge el cristiano en la aureola de la luz de
Cristo, tanto más es capaz de entender y acompa-
ñar el camino de los hombres hacia Dios.
Al configurarse como vÃa, la fe concierne tam-
bién a la vida de los hombres que, aunque no crean,
desean creer y no dejan de buscar. En la medida
en que se abren al amor con corazón sincero y se
ponen en marcha con aquella luz que consiguen
alcanzar, viven ya, sin saberlo, en la senda hacia la
fe. Intentan vivir como si Dios existiese, a veces
porque reconocen su importancia para encontrar
orientación segura en la vida común, y otras veces
porque experimentan el deseo de luz en la oscuri-
dad, pero también, intuyendo, a la vista de la gran-
deza y la belleza de la vida, que ésta serÃa todavÃa
mayor con la presencia de Dios. Dice san Ireneo de
Lyon que Abrahán, antes de oÃr la voz de Dios, ya lo
buscaba «ardientemente en su corazón», y que «re-
corrÃa todo el mundo, preguntándose dónde estaba
Dios», hasta que «Dios tuvo piedad de aquel que,
por su cuenta, lo buscaba en el silencio».
32
Quien se
pone en camino para practicar el bien se acerca a
Dios, y ya es sostenido por él, porque es propio de
la dinámica de la luz divina iluminar nuestros ojos
cuando caminamos hacia la plenitud del amor.
31
âÂÂCf. C
ongregación
para
la
D
octrina
de
la
F
e
, Decl.
Dominus Iesus
(6 agosto 2000), 15:
AAS
92 (2000), 756.
32
Demonstratio apostolicae praedicationis,
24:
SC
406, 117.