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todavÃa en la oscuridad, ante el sepulcro vacÃo,
« vio y creyó » (
Jn
20,8), a MarÃa Magdalena que
ve, ahora sÃ, a Jesús (cf.
Jn
20,14) y quiere retener-
lo, pero se le pide que lo contemple en su camino
hacia el Padre, hasta llegar a la plena confesión
de la misma Magdalena ante los discÃpulos: «He
visto al Señor » (
Jn
20,18).
¿Cómo se llega a esta sÃntesis entre el oÃr y
el ver? Lo hace posible la persona concreta de
Jesús, que se puede ver y oÃr. ÃÂl es la Palabra he-
cha carne, cuya gloria hemos contemplado (cf.
Jn
1,14). La luz de la fe es la de un Rostro en el que
se ve al Padre. En efecto, en el cuarto Evangelio,
la verdad que percibe la fe es la manifestación del
Padre en el Hijo, en su carne y en sus obras terre-
nas, verdad que se puede definir como la « vida
luminosa » de Jesús.
24
Esto significa que el cono-
cimiento de la fe no invita a mirar una verdad pu-
ramente interior. La verdad que la fe nos desvela
está centrada en el encuentro con Cristo, en la
contemplación de su vida, en la percepción de su
presencia. En este sentido, santo Tomás de Aqui-
no habla de la
oculata fides
de los Apóstoles âÂÂla
fe que veâ ante la visión corpórea del Resucita-
do.
25
Vieron a Jesús resucitado con sus propios
ojos y creyeron, es decir, pudieron penetrar en la
profundidad de aquello que veÃan para confesar
al Hijo de Dios, sentado a la derecha del Padre.
24
âÂÂCf. H. S
chlier
,
Meditationen über den Johanneischen Begriff
der Wahrheit
, en
Besinnung auf das Neue Testament. Exegetische Au-
fsätze und Vorträge 2,
Freiburg, Basel, Wien 1959, 272.
25
âÂÂCf.
S. Th.
III, q. 55, a. 2, ad 1.