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tra vida y nuestra realidad, nos llega a través de
otros, guardado en la memoria viva de otros.
El conocimiento de uno mismo sólo es posible
cuando participamos en una memoria más gran-
de. Lo mismo sucede con la fe, que lleva a su
plenitud el modo humano de comprender. El pa-
sado de la fe, aquel acto de amor de Jesús, que ha
hecho germinar en el mundo una vida nueva, nos
llega en la memoria de otros, de testigos, con-
servado vivo en aquel sujeto único de memoria
que es la Iglesia. La Iglesia es una Madre que nos
enseña a hablar el lenguaje de la fe. San Juan, en
su Evangelio, ha insistido en este aspecto, unien-
do fe y memoria, y asociando ambas a la acción
del EspÃritu Santo que, como dice Jesús, « os irá
recordando todo » (
Jn
14,26). El Amor, que es el
EspÃritu y que mora en la Iglesia, mantiene uni-
dos entre sà todos los tiempos y nos hace con-
temporáneos de Jesús, convirtiéndose en el guÃa
de nuestro camino de fe.
39.âÂÂEs imposible creer cada uno por su cuenta.
La fe no es únicamente una opción individual que
se hace en la intimidad del creyente, no es una
relación exclusiva entre el « yo » del fiel y el « Tú »
divino, entre un sujeto autónomo y Dios. Por su
misma naturaleza, se abre al « nosotros », se da
siempre dentro de la comunión de la Iglesia. Nos
lo recuerda la forma dialogada del
Credo
, usada
en la liturgia bautismal. El creer se expresa como
respuesta a una invitación, a una palabra que ha
de ser escuchada y que no procede de mÃ, y por